Por Rodolfo Varela
Santiago de Chile – A menos de cuatro meses de las elecciones presidenciales del 16 de noviembre, Chile enfrenta una de las coyunturas más delicadas desde el retorno a la democracia.

En medio de una alarmante ola de violencia, el avance del crimen organizado y una clase política desgastada por los escándalos de corrupción, el país se adentra en un proceso electoral altamente polarizado y cargado de incertidumbre.
La reciente conformación del bloque "Derecha Unida", integrado por el Partido Republicano (REP), el Partido Social Cristiano (PSC) y el Partido Nacional Libertario (PNL), marca un giro decisivo en la estrategia de la ultraderecha chilena, que busca capitalizar el descontento social y las crecientes demandas de seguridad.
En el otro extremo del espectro político, por primera vez en la historia del país, una mujer liderará la candidatura presidencial del sector progresista: Jeannette Jara, una figura que, si bien proviene del oficialismo, ha buscado diferenciarse con un tono más moderado que el de su coalición. Su desafío será doble: contener el avance conservador sin ceder ante los discursos de odio, y, al mismo tiempo, reconectar con una ciudadanía profundamente desencantada.
Frente a este panorama, el Arzobispo de Santiago, Cardenal Fernando Chomalì, hizo un llamado urgente a la sensatez:
“Invito a los candidatos presidenciales a respetar la dignidad de sus adversarios, a no utilizar jamás la violencia como método político y a ser ejemplo de cultura cívica, generosidad y respeto mutuo para los jóvenes. Promuevan ideas, no el odio”.
Crimen infiltrado en el Estado
Pero los gestos simbólicos no bastan cuando el crimen organizado toca las puertas del Estado. El presidente saliente Gabriel Boric ha encendido todas las alarmas esta semana al denunciar la infiltración de redes narco en las Fuerzas Armadas, revelando el uso de recursos logísticos militares por parte de bandas criminales. Un golpe directo a la imagen institucional de uno de los pilares del Estado.
A ello se suma el impacto de una inmigración masiva que ha superado el millón de personas en la última década, y que, sin políticas públicas adecuadas de integración, ha sido usada como chivo expiatorio por sectores xenófobos para justificar políticas represivas.
Democracia en juego, heridas abiertas
El primer test será el próximo 16 de noviembre, cuando se realice la primera vuelta presidencial, junto a la elección del Congreso Nacional. Si ningún candidato supera el 50% de los votos, se realizará una segunda vuelta el 14 de diciembre.
Chile llega a esta cita clave con las heridas abiertas: una crisis de representación, profundas desigualdades sociales y una ciudadanía escéptica. Pero también con las deudas impagas con las víctimas de la nefasta dictadura militar, muchas de las cuales siguen esperando justicia, reparación y reconocimiento, mientras observan cómo otros actores políticos, incluso beneficiarios de ese régimen, siguen acumulando poder y privilegios.
La pregunta que queda en el aire es si la democracia chilena logrará sobrevivir a este nuevo asalto de populismos, violencia y corrupción, o si estamos ante un punto de quiebre histórico.
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