Por Rodolfo Varela
Bajo el sol del sur chileno, entre prados verdes y arquitectura alemana, se esconde uno de los capítulos más siniestros de la historia de América Latina. Colonia Dignidad, fundada en 1961 por el exmilitar nazi Paul Schäfer, fue un enclave de abuso sexual infantil, trabajo forzado, adoctrinamiento, tortura y desaparición política. Un infierno disfrazado de paraíso.
Pero lo más vergonzoso de esta historia no es solo lo que ocurrió allí, sino quiénes lo permitieron: el Estado chileno, el Poder Judicial, la Iglesia, los medios de comunicación y una clase política que ha preferido mirar hacia otro lado.
Una secta criminal amparada por el poder
Paul Schäfer llegó a Chile con denuncias de abuso sexual a sus espaldas. Lo que fundó en Parral fue una secta disfrazada de "sociedad benéfica" donde niños eran violados, familias eran separadas, colonos eran esclavizados y los "rebeldes" eran dopados con psicofármacos o sometidos a electroshock.
Durante décadas, Colonia Dignidad funcionó como un Estado dentro de otro Estado, con vigilancia armada, registros secretos y lealtades compradas. Fue recién en los años 2000 que Schäfer fue arrestado y condenado. Murió en prisión en 2010, sin que se hiciera justicia real para sus víctimas.
Cuna del terror de Pinochet
Con el golpe militar de 1973, Colonia Dignidad se convirtió en centro clandestino de tortura, desaparición y exterminio. La DINA, policía secreta del traidor Pinochet, trasladaba allí a opositores, militantes de izquierda, sindicalistas, profesores.
En los subterráneos del llamado “armazén de papas”, se torturó y asesinó con total impunidad. Gritos eran escuchados por los colonos. Algunos cuerpos nunca aparecieron. Las fosas comunes, aún hoy, no han sido plenamente investigadas.
El encubrimiento judicial: justicia al servicio del silencio
Durante más de 40 años, el Poder Judicial chileno fue cómplice por omisión. Fiscales que se negaban a investigar. Jueces que archivaban causas. Cortes que fallaban a favor de los colonos alemanes. Nadie entraba en la Colonia sin permiso. Nadie salía con vida si denunciaba.
Esa justicia que debió proteger a los más vulnerables, fue usada como herramienta de impunidad. Hasta hoy, los responsables del encubrimiento judicial nunca han sido investigados ni sancionados.
Reparaciones: ¿una burla para los sobrevivientes?
Los sobrevivientes del régimen, incluidos exonerados políticos, expresos y torturados, reciben pensiones que en muchos casos no superan los 200.000 pesos chilenos mensuales, menos de la mitad de un sueldo mínimo.
La mayoría son adultos mayores que necesitan medicamentos, terapias, atención médica y dignidad. Pero el Estado les paga como si su dolor valiera una limosna. ¿Es eso justicia? ¿Es eso reparación?
La Iglesia: silencio y bendiciones
Buena parte de los abusos de Colonia Dignidad ocurrieron bajo la bendición o la omisión de sectores de la Iglesia católica chilena. Durante años, sacerdotes celebraron misas en la Colonia, bendijeron instalaciones y callaron ante denuncias de violaciones y esclavitud.
Nunca hubo una autocrítica institucional clara. Tampoco se ha conocido un informe oficial de la Iglesia sobre su rol frente a los crímenes del enclave. Ese silencio también es complicidad.
La política: discursos vacíos y manos manchadas
Colonia Dignidad fue protegida por políticos de derecha durante décadas, muchos de los cuales siguen activos. Hernán Larraín, exministro de Justicia, fue uno de los principales defensores públicos de la Colonia en los años 90.
Ni los gobiernos de la Concertación ni la derecha posterior fueron capaces de cerrar este capítulo con verdad, justicia y reparación. Solo el actual gobierno de Gabriel Boric ha iniciado un proceso de desapropiación de terrenos para construir un sitio de memoria. Pero para muchas víctimas, es tarde y es poco.
¿Un país sin memoria?
Chile conmemora, pero no repara. Rinde homenajes, pero no cambia estructuras. El caso Colonia Dignidad no es una excepción: es un espejo de una sociedad que ha preferido olvidar.
¿Dónde está la memoria de los niños abusados, de los cuerpos desaparecidos, de las madres que nunca supieron dónde están sus hijos? ¿Dónde está la conciencia de un país que prefiere comer en un restaurante bávaro sin preguntar qué ocurrió en su subsuelo?
✊ Nunca Más es ahora
El horror no se supera con monumentos ni con discursos. Se enfrenta con justicia real, con reparaciones dignas, con memoria viva y con una democracia que no le tenga miedo a su pasado.
Chile no puede seguir siendo un país sin conciencia. Porque un pueblo que olvida su historia, está condenado a repetirla.
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"No hay olvido para quien lucha. No hay perdón sin verdad. No hay país que sane mientras se sigan negando sus heridas."
— Rodolfo Varela
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