Una ciudadanía acallada y una clase política desconectada
Durante décadas, la política chilena ha sido cuestionada por su lejanía con las demandas reales de la población. Los escándalos de corrupción, el abuso de poder, y el descrédito de las instituciones han sembrado un malestar profundo. Y sin embargo, buena parte de la clase política —sobre todo en la derecha— insiste en minimizar el problema, alegando que la reforma del sistema político no figura entre las principales preocupaciones ciudadanas.
Yo también soy ciudadano y ciudadana
Pero fijar la agenda de un país solo por lo que se mide en cifras es una manera mediocre de pensar el futuro. Hay temas esenciales —como el equilibrio macroeconómico o el acceso a la energía— que rara vez aparecen como demandas populares, pero sin los cuales no hay desarrollo posible. Lo mismo ocurre con la política: sin una política sana, no hay salud, ni educación, ni empleo que se sostenga.
Don Dinero: el verdadero elector
Uno de los principales vicios del sistema es el financiamiento político. La falta de regulación y transparencia en las campañas ha permitido que el dinero —muchas veces de origen dudoso— se convierta en el verdadero elector. Esta “metástasis” del poder económico corrompe a ambos lados: proyecta a los políticos como empleados de grandes intereses y a los empresarios como los titiriteros del sistema.
El clientelismo político avanza rápidamente
El resultado es un sistema profundamente deslegitimado, donde la ciudadanía se siente cada vez más distante y desprotegida.
Partidos políticos en decadencia
Los partidos políticos chilenos están enfermos. Sus padrones de militantes han sido manipulados, inflados, abandonados. Mientras la población crece y se diversifica, la militancia partidaria disminuye de forma alarmante.
La Democracia Cristiana, por ejemplo, que fue un referente en los años 80 con más de 100 mil militantes, hoy no supera los 40 mil. Y el panorama es igual o peor en otras colectividades. Esta crisis de representación debilita la democracia y alimenta el desencanto.
Medios ciegos, medios vendidos
Los medios de comunicación —que deberían fiscalizar al poder— hoy prefieren cerrar los ojos ante los problemas nacionales. Lejos de ser un cuarto poder al servicio del pueblo, muchos han sido cooptados por grandes intereses económicos, algunos incluso en manos de empresas extranjeras. Se ha naturalizado una cobertura que favorece a las élites, mientras se silencian las voces de las regiones, de los movimientos sociales, de los pueblos originarios y de quienes denuncian el abuso.
Es la Prensa, Manipulación, Televisión y Radio,
La consecuencia es un país mal informado, sometido a una narrativa oficial que no refleja su diversidad ni su dolor.
Corte Suprema: poder sin contrapesos
La Corte Suprema de Justicia, llamada a ser garante de los derechos y la Constitución, se ha convertido en los últimos años en un actor político de peso, con decisiones que muchas veces bordean el autoritarismo. Ya no solo interpreta la ley, sino que la reescribe, interviene en competencias de otros poderes del Estado y responde con dureza a la crítica pública.
Esto genera un desequilibrio institucional profundo, donde el poder judicial —lejos de servir como contrapeso democrático— se instala como otro brazo del statu quo, blindado frente a la ciudadanía y muchas veces alineado con intereses conservadores y económicos.
Cuando la justicia deja de ser justicia, lo que queda es miedo.
Desigualdad: el dolor que no deja de sangrar
Uno de los elementos más brutales y persistentes de la crisis chilena es la desigualdad económica. Chile creció económicamente en las últimas décadas, sí, pero lo hizo concentrando la riqueza en una élite minúscula, mientras millones de personas siguen sobreviviendo con sueldos indignos, pensiones miserables y un acceso precario a servicios básicos como salud, vivienda y educación. El modelo neoliberal —instalado a sangre y fuego durante la dictadura— nunca fue desmontado. Y los gobiernos democráticos que lo sucedieron optaron por administrarlo, no por transformarlo.
Estudios. La educación en Chile como privilegio de unos pocos
Hoy, Chile es uno de los países más desiguales de América Latina. La brecha entre ricos y pobres no es solo una estadística: es una forma de violencia estructural. El acceso a oportunidades, justicia y dignidad está determinado por el lugar donde se nace. Mientras tanto, se normaliza la existencia de zonas sacrificadas, poblaciones abandonadas, escuelas en ruinas y hospitales colapsados. La “modernización” del país fue para unos pocos, y el resto —el pueblo— sigue esperando que la promesa de igualdad deje de ser un discurso vacío.
La deuda con los expresos políticos y exonerados
Uno de los mayores actos de traición política en Chile ha sido el abandono sistemático de los expresos políticos, torturados, exiliados y exonerados durante la nefasta dictadura militar. Muchos de ellos entregaron su libertad, su salud mental e incluso su familia por resistir la dictadura. Y sin embargo, los gobiernos democráticos —tanto de derecha como de izquierda— no han estado a la altura de esa historia.
Las pensiones y reparaciones son insuficientes, lentas, humillantes. Muchos han muerto esperando justicia. Las leyes de reparación —como la Valech o la Rettig— se aplicaron de forma burocrática y limitada, muchas veces sin escuchar las voces de quienes sobrevivieron el horror. Es una deuda ética y política. Y es también una señal de que el modelo de transición pactada, sin justicia plena, sigue vigente.
Mientras no se reconozca con dignidad y compromiso a quienes sufrieron la represión estatal, Chile no podrá hablar de democracia verdadera.
Presidentes sin memoria, democracia sin alma
Desde el retorno a la democracia, tras la nefasta dictadura militar, los presidentes de turno han fallado en dar una respuesta estructural al país. La Concertación, luego la Nueva Mayoría, y más tarde la derecha, todos han compartido una misma inercia: administrar un modelo heredado, sin atreverse a transformarlo.
Presidentes sim memoria de chile
Y, lo más grave: se han olvidado de las palabras del presidente Salvador Allende, quien en su último discurso, en medio del bombardeo a La Moneda, proclamó con dignidad:
“La historia es nuestra, y la hacen los pueblos.”
Ese legado fue traicionado. Hoy, quienes gobiernan lo hacen de espaldas a la historia y a su gente.
Una reforma política urgente y profunda
Chile necesita una reforma política estructural y urgente. Una que recupere la confianza ciudadana y reestablezca el pacto democrático. Una que garantice:
-
Campañas limpias y financiamiento transparente.
-
Partidos abiertos, representativos y fiscalizados.
-
Medios pluralistas, no concentrados.
-
Un poder judicial independiente, no autoritario.
-
Y justicia verdadera para las víctimas de la dictadura.
Porque el deterioro de la política no es un fenómeno aislado: es el síntoma más visible de una democracia que corre el riesgo de volverse irrelevante para su propia gente.
No es cierto que a nadie le importe. Lo que ocurre es que muchos han perdido la esperanza de que sea posible cambiar algo. Pero sí lo es. Y debe empezar por recordar que Chile no es una moda ni un experimento: es un origen, un país con memoria, y un pueblo con voz.