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2025/07/11

Jeannette Jara: una victoria histórica en un Chile herido por sus deudas pendientes

 Por Rodolfo Varela

La reciente victoria de Jeannette Jara en las primarias del bloque progresista no solo constituye un hito electoral, sino también un síntoma de un país que aún busca respuestas profundas a problemas estructurales no resueltos por ninguno de sus gobiernos desde el retorno a la democracia. 


Jeanette Jara ganó las primarias oficialistas chilenas.


Con el 60% de los votos en una primaria de baja participación, la dirigente comunista se convirtió en la primera mujer de su partido en ser respaldada por toda la izquierda para disputar la Presidencia de Chile.

Pero su triunfo no puede entenderse solo en términos partidarios. Es, sobre todo, una señal de desgaste de las élites tradicionales —de izquierda y de derecha— que han administrado las últimas décadas con promesas incumplidas, reformas incompletas y una reparación histórica que sigue siendo más retórica que realidad.

Una candidatura desde los márgenes

Nacida en Conchalí, hija de trabajadores, primera profesional de su familia y viuda joven, Jeannette Jara representa la biografía de muchas chilenas invisibilizadas por una política de elite. No viene del barrio alto ni de apellidos ilustres. Su historia —y su tono cercano, conciliador, pero firme— le permitió conectar con una ciudadanía cansada del doble discurso.

Como ministra del Trabajo en el gobierno de Gabriel Boric, Jara logró empujar reformas relevantes: la reducción de la jornada laboral a 40 horas, el aumento del salario mínimo y avances en la reforma previsional. Todo esto mientras sus contrincantes se enfrascaban en debates ideológicos estériles o intentaban desmarcarse del Partido Comunista, más preocupados por sus alianzas que por la gente.

Una crítica transversal: gobiernos que fallaron

Sin embargo, su llegada a La Moneda —si logra concretarse— implicará un reto mayor: gobernar un país que lleva décadas postergando deudas sociales inaceptables. Gobiernos de derecha como los de Sebastián Piñera priorizaron la represión, el modelo neoliberal y los pactos con los grandes grupos económicos. Gobiernos de centroizquierda como los de Bachelet y Lagos hablaron de justicia social, pero terminaron administrando con pragmatismo el mismo sistema excluyente.

Todos fallaron en algo crucial: garantizar justicia y reparación a las víctimas de la dictadura. Hoy, miles de exonerados políticos, expresos, torturados y familias separadas por adopciones ilegales sobreviven con pensiones miserables, muchas veces por debajo de la mitad del salario mínimo. Esa es una herida abierta, agravada por la indiferencia institucional, el silencio cómplice del poder judicial y la complicidad de algunos sectores religiosos.

Ningún presidente ha hecho de la reparación una prioridad real. Lo simbólico nunca se tradujo en dignidad concreta.

El peso del Partido Comunista… y su autonomía

Paradójicamente, Jara ganó a pesar del Partido Comunista. Sus diferencias con el presidente del PC, Lautaro Carmona, fueron públicas. Se desmarcó en temas como Cuba o el proceso constitucional. Esa autonomía, sin duda, fue clave para su victoria, pero puede convertirse en un campo minado a la hora de gobernar. ¿Hasta qué punto podrá mantener esa distancia sin perder el respaldo de su propia colectividad?

Su discurso hacia el centro también será vigilado con lupa. Desde el Partido Socialista y sectores moderados no ocultaron su incomodidad: “El modelo comunista no ha tenido éxito en el mundo”, dijo Carolina Tohá, su ahora exrival. ¿Estarán dispuestos a apoyarla o facilitarán —por omisión o cálculo— un eventual regreso de la ultraderecha?

Kast, Matthei y el fantasma de la seguridad

Con una derecha encabezada por José Antonio Kast liderando las encuestas, el desafío de Jara es doble: ampliar su base y recuperar la confianza en una izquierda que ha sido percibida como ineficaz frente a las urgencias sociales. El temor, la crisis de seguridad y la precariedad alimentan un electorado volátil, que puede inclinarse fácilmente por respuestas autoritarias.

En este contexto, el llamado de Jara a “no soltar nuestras manos” adquiere sentido. Pero las manos del progresismo llevan años fragmentadas. Hoy debe demostrar que su liderazgo no es solo un fenómeno electoral, sino la posibilidad real de reconstruir un proyecto común, ético y eficaz.

Conclusión: el tiempo de la verdad

Jeannette Jara no tiene el camino fácil. Su historia la respalda, pero el país está herido. No basta con gestos simbólicos, ni con discursos de unidad. Chile necesita decisiones valientes: un plan real de justicia para las víctimas del terrorismo de Estado, una economía centrada en la dignidad humana, y una política que deje de servir a los mismos de siempre.


Jeannette Jara: “A la extrema derecha chilena la enfrentaremos desde la unidad”


Queremos un país más justo, más solidario y auténticamente nuestro. Un país donde el poder deje de girar en torno a los mismos apellidos, y empiece a construirse desde la memoria, la igualdad y la dignidad de quienes siempre han sido postergados.

Porque un país sin memoria, sin historia, es un país sin futuro. Y Chile ya no puede darse el lujo de seguir ignorando su pasado ni postergando su porvenir.

Jeannette Jara: A Historic Victory in a Chile Wounded by Its Unresolved Debts

 

By Rodolfo Varela


Jeannette Jara's recent victory in the progressive bloc's presidential primaries is not just an electoral milestone; it is a symptom of a country still searching for deep answers to structural problems left unresolved by every administration since the return to democracy. 



Jeanette Jara won the Chilean pro-government primaries.


With 60% of the vote in a low-turnout primary, the communist leader became the first woman from her party to be endorsed by the entire left to run for Chile's presidency.

But her triumph cannot be understood solely in partisan terms. It is, above all, a sign of fatigue with the traditional elites —both left and right— who have governed in recent decades with unfulfilled promises, incomplete reforms, and a historical reparation process that has remained more rhetorical than real.

A Candidacy from the Margins

Born in Conchalí, the daughter of working-class parents, the first professional in her family, and a widow at a young age, Jeannette Jara embodies the biography of countless Chilean women long ignored by elite politics. She does not come from the affluent neighborhoods or famous surnames. Her story —and her warm, conciliatory yet firm demeanor— allowed her to connect with a public weary of double standards.

As Minister of Labor under President Gabriel Boric, Jara pushed forward key reforms: reducing the workweek to 40 hours, raising the minimum wage, and advancing pension system reform. All this while her rivals got entangled in ideological debates or tried to distance themselves from the Communist Party, more worried about alliances than real people.

A Crosscutting Critique: Governments That Failed

If she does reach La Moneda, her challenge will be far greater: governing a country that has delayed addressing socially unacceptable debts for decades. Right-wing administrations like Sebastián Piñera’s prioritized repression, neoliberal orthodoxy, and pacts with big business. Center-left governments like those of Michelle Bachelet and Ricardo Lagos spoke of social justice but ended up pragmatically managing the same exclusionary system.

They all failed in one crucial area: delivering justice and reparation to the victims of the dictatorship. Today, thousands of politically exonerated citizens, former prisoners, torture survivors, and families broken by illegal adoptions survive on miserable pensions —often less than half the minimum wage. This open wound has been deepened by institutional indifference, judicial silence, and the complicity of some religious sectors.

No president has ever truly prioritized reparation. Symbolic gestures have never translated into concrete dignity.

The Weight of the Communist Party… and Her Independence

Ironically, Jara won in spite of the Communist Party. Her public disagreements with party president Lautaro Carmona —on issues like Cuba and constitutional reform— showed a necessary independence that was key to her success. Yet, that same independence may become a minefield if she is elected. Can she maintain a healthy distance without losing her party’s support?

Her openness to the political center will also be closely watched. Socialist Party candidate Carolina Tohá, now expected to support Jara, bluntly stated during the campaign: “The communist model has not succeeded anywhere in the world; it has had adverse outcomes.” Will moderates truly support her, or will they —through omission or calculation— help pave the way for the far right?

Kast, Matthei, and the Specter of Security

With far-right candidate José Antonio Kast leading the polls, Jara’s challenge is twofold: broaden her base and restore public confidence in a progressive camp that many perceive as ineffective in addressing core issues. Public anxiety over security, economic hardship, and crime fuels a volatile electorate prone to authoritarian appeals.

In this context, Jara’s appeal for unity —“Let us not let go of each other's hands”— takes on real urgency. Yet the hands of the Chilean left have long been fragmented. She must now prove that her leadership is not just an electoral phenomenon, but a genuine opportunity to rebuild an ethical and effective national project.

Conclusion: The Time for Truth

Jeannette Jara does not have an easy road ahead. Her life story gives her credibility, but the country is wounded. Symbolic gestures and unity speeches are not enough. Chile needs bold decisions: a real plan for justice for the victims of state terrorism, a people-centered economy, and a politics that stops serving the same old names.


Jeannette Jara: "We will confront the Chilean far right through unity."


We want a more just, more compassionate, and truly Chilean country —one where power stops revolving around the same surnames and starts building from memory, equality, and the dignity of those who have always been left behind.

Because a country without memory, without history, is a country without a future. And Chile can no longer afford to ignore its past or postpone its future.

Los medios, la dictadura y la crisis del periodismo chileno

 Por Rodolfo Varela


En Chile, hablar de periodismo es hablar de memoria, poder y ciudadanía. Y también de una profunda crisis que no es solo técnica o económica, sino ética y estructural.


Prensa y sociedad en  Chile

El periodismo está atravesando uno de sus momentos más oscuros. La transformación digital, la precarización laboral, la pérdida de influencia frente a las redes sociales y la concentración de la propiedad mediática en manos de grandes grupos económicos —muchos de ellos extranjeros— han socavado gravemente su credibilidad. Pero sería un error atribuir esta crisis únicamente a factores tecnológicos o de mercado. En el caso chileno, existe una causa más profunda, más incómoda y menos debatida: la complicidad histórica de los medios tradicionales con la dictadura cívico-militar de Pinochet, y su alianza con los grandes poderes económicos y políticos del país.

Durante los años más oscuros del autoritarismo, muchos medios guardaron silencio, distorsionaron la realidad o directamente legitimaron el horror. Hoy, algunos de esos mismos medios intentan hablar de democracia, derechos humanos y justicia, sin haber hecho una autocrítica honesta sobre su rol en el pasado. La herencia de ese silencio se paga caro: con desconfianza ciudadana, desprestigio profesional y una profunda crisis de legitimidad que incluso afecta a los medios que sí practican un periodismo ético y comprometido.

Un mapa fragmentado de la confianza

La confianza del público chileno en los medios de comunicación hoy está llena de contradicciones. La radio sigue siendo el medio más confiable: cerca del 70% de los chilenos afirma confiar en ella, según datos de Cadem. No es casualidad. La radio ha sido históricamente refugio de voces ciudadanas, espacio para la información local y, muchas veces, un canal de resistencia y dignidad.

Una prueba clara de ello fue el compromiso de destacados periodistas que marcaron una época. Desde los micrófonos de Radio Corporación CB-114, figuras como Sergio Campos, Miguel Ángel San Martín y Luis Hernán Schwaner informaron con valentía, profesionalismo y un profundo sentido de responsabilidad social. Ellos estuvieron del lado de la verdad y del pueblo, en un momento en que hacerlo era verdaderamente peligroso. Su ejemplo sigue siendo una inspiración para las nuevas generaciones.


   Sergio Campos                           Miguel Angel San Martin                             Luis Hernan Schwaner


La televisión, en cambio, pierde terreno. Aunque aún conserva cierta influencia —especialmente la televisión pagada—, su credibilidad se erosiona por contenidos vacíos, entretenimiento disfrazado de noticias y una lógica de espectáculo que ha reemplazado al periodismo serio. Los matinales son el mejor ejemplo de esta banalización: programas que entretienen, pero no informan, y que muchas veces insultan la inteligencia del público.

La prensa escrita, antaño símbolo del pensamiento crítico, hoy sufre la pérdida de lectores y de credibilidad. Diarios como El Mercurio y La Tercera, históricamente alineados con los poderes de turno, han visto aumentar el escepticismo hacia sus líneas editoriales. Mientras tanto, los medios digitales crecen, pero con una confianza fragmentada: muchos ciudadanos los consumen, pero cuestionan su fiabilidad en un entorno dominado por las fake news y la desinformación sin control.

Concentración de la propiedad, poder y silencios cómplices

Uno de los aspectos más preocupantes del ecosistema mediático chileno es la alta concentración de la propiedad. Un puñado de conglomerados —muchos con capital extranjero— controla gran parte de la prensa, la televisión y la radio. Esta concentración no solo atenta contra el pluralismo informativo, sino que limita el derecho ciudadano a una información veraz e independiente.

No se trata de afirmar que todos los medios están al servicio de intereses económicos, pero sí de reconocer que la libertad de prensa no puede entenderse únicamente como un derecho empresarial. Es, sobre todo, un derecho ciudadano a recibir información de calidad, diversa y ética.

La urgente necesidad de un nuevo pacto comunicacional

Chile necesita con urgencia un nuevo pacto comunicacional. Uno que garantice el pluralismo informativo, promueva medios comunitarios y regionales, y fortalezca la independencia periodística frente a los intereses económicos y políticos. Necesitamos una ley de medios que impida la concentración, asegure un acceso equitativo a los fondos de publicidad estatal y proteja a los periodistas de la precarización laboral.

Pero, sobre todo, necesitamos memoria. Porque no se puede construir un periodismo digno sin enfrentar las responsabilidades del pasado. Mientras muchos medios se nieguen a reconocer el papel que jugaron durante la dictadura —como cómplices activos o encubridores silenciosos—, seguiremos arrastrando una deuda ética con el pueblo.

El periodismo chileno debe reinventarse. No desde la tecnología, sino desde la verdad, la justicia y el compromiso con su historia.

The Media, the Dictatorship, and the Crisis of Chilean Journalism

 By Rodolfo Varela

In Chile, to speak about journalism is to speak about memory, power, and citizenship. And also about a profound crisis that is not merely technical or economic, but ethical and structural.


Press and society in Chile


Journalism is going through one of its darkest times. Digital transformation, job insecurity, declining influence in the face of social media, and media ownership concentrated in the hands of major economic groups—many of them foreign—have severely eroded its credibility. But it would be a mistake to attribute this crisis solely to technological or market forces. In Chile, there is a deeper, more uncomfortable, and less discussed cause: the historical complicity of traditional media with the civic-military dictatorship of Pinochet, and its alliance with the country’s economic and political powers.


During the darkest years of authoritarianism, many media outlets remained silent, distorted reality, or outright legitimized the horror. Today, some of those same outlets attempt to speak of democracy, human rights, and justice, without having made an honest self-critique about their role in the past. The legacy of that silence comes at a high price: public distrust, professional disrepute, and a deep legitimacy crisis that even affects the media that do practice ethical and committed journalism.


A Fragmented Map of Public Trust


Public trust in the Chilean media today is full of contradictions. Radio continues to be the most trusted medium: around 70% of Chileans express confidence in it, according to data from Cadem. This is no coincidence. Radio has historically been a refuge for citizen voices, a space for local information, and often, a channel of resistance and dignity.


           Sergio Campos                     Miguel Ángel San Martín                  Luis Hernan Schwaner



A clear example of this was the dedication of prominent journalists who made history. From the microphones of Radio Corporación CB-114, figures such as Sergio Campos, Miguel Ángel San Martín, and Luis Hernán Schwaner reported with courage, professionalism, and a deep sense of social responsibility. They stood on the side of truth and the people, at a time when doing so was truly dangerous. Their example remains an inspiration for future generations.


Television, on the other hand, is losing ground. While it still holds some influence—especially paid television—its credibility is eroded by empty content, entertainment disguised as news, and a logic of spectacle that has replaced serious journalism. Morning shows are the clearest example of this trivialization: programs that entertain, but don’t inform, and often insult the public’s intelligence.


Print media, once a symbol of critical thinking, is now suffering from declining readership and trust. Papers like El Mercurio and La Tercera, historically aligned with those in power, have seen increasing skepticism toward their editorial lines. Meanwhile, digital media are growing but with fragmented trust: many citizens consume them, but question their reliability in a landscape dominated by fake news and unchecked disinformation.


Ownership Concentration, Power, and Complicit Silences


One of the most worrying aspects of Chile’s media ecosystem is the high concentration of ownership. A handful of conglomerates—many with foreign capital—control much of the press, television, and radio. This concentration not only threatens media pluralism but also restricts citizens' right to truthful and independent information.


This is not to say that all media outlets serve economic interests, but we must recognize that press freedom cannot be reduced to a corporate right. It is, above all, a citizen right to quality, diverse, and ethical information.


The Urgent Need for a New Media Pact


Chile urgently needs a new media pact. One that guarantees information pluralism, promotes community and regional media, and strengthens journalistic independence from economic and political powers. We need a media law that prevents ownership concentration, ensures equitable access to public advertising funds, and protects journalists from labor precarization.


But above all, we need memory. Because there is no way to build dignified journalism without confronting past responsibilities. As long as many media outlets refuse to acknowledge the roles they played during the dictatorship—as active accomplices or silent enablers—we will continue to carry an ethical debt to the people.


Chilean journalism must reinvent itself—not through technology alone, but through truth, justice, and a sense of historical responsibility.