Por Rodolfo Varela
No podemos olvidar que la justicia es el guardián de la Constitución y de los derechos de todos los ciudadanos. Pero en Chile, la justicia parece haberse convertido en un tablero de influencias, favores y complicidades.
¿Cómo pueden los ciudadanos confiar en un sistema donde los jueces hablan con abogados sobre las causas que deben resolver?
El periodista Nicolás Sepúlveda lo confirmó ante la comisión que investiga al ministro Antonio Ulloa Márquez, revelando redes de poder que operan al margen de la ética y de la ley, y que ponen en jaque la confianza ciudadana en jueces y políticos.
Su testimonio deja claro lo que muchos ciudadanos ya sospechaban: las conversaciones entre el abogado Luis Hermosilla y Ulloa no son meras charlas “entre amigos”, sino indicios de una estructura de protección mutua que asegura favores, nombramientos y decisiones judiciales favorables a intereses privados.
Resulta indignante escuchar a diputados relativizar estos hechos, intentando suavizar lo que es, en el fondo, una trama de corrupción institucional. Mientras los políticos discuten sobre “sesgos” y “prudencia”, el país asiste a una degradación moral profunda.
Aún más grave: los grandes medios de comunicación, en lugar de cumplir su deber de informar al pueblo con verdad y rigor, eligen el silencio o distraen a la ciudadanía con programas basura que degradan la cultura y el respeto. Prefieren callar frente a la corrupción antes que incomodar al poder. En este escenario, periodistas como Nicolás Sepúlveda merecen reconocimiento por su valentía y profesionalismo al denunciar los hechos tal como son, sin temor y con compromiso ético.
Chile necesita limpiar su justicia, su política y también sus medios de comunicación.
La corrupción judicial es el cáncer más peligroso para una democracia, porque destruye la confianza en el Estado. Sin jueces íntegros, sin políticos honestos y sin prensa libre, no hay justicia, no hay democracia, no hay futuro.
Y cabe preguntarse: ¿cómo pueden los chilenos esperar que algún día se pague la deuda histórica con las víctimas de la dictadura, si la justicia sigue siendo corrupta?
La impunidad del pasado se prolonga en la impunidad del presente. Y mientras eso no cambie, Chile seguirá siendo un país herido, sin justicia y sin memoria.