Páginas

2023/02/02

Salvador Allende y la brillantez de la revolución chilena

“Así yo distingo dicha de quebranto Los dos materiales, que forman mi canto
Y el canto de ustedes que es el mismo canto
Y el canto de todos que es mi propio canto”
Violeta Parra (1966)



La memoria del gobierno de Allende y el camino chileno al socialismo se hicieron inseparables de su trágico desenlace.



En el tema Gracias a la Vida, la chilena Violeta Parra dice que su canto está formado por dicha y quebranto, es decir, éxtasis y consternación, o júbilo y consternación. Esta dualidad del canto de Violeta también parece ser el material de los recuerdos de muchos chilenos sobre la experiencia del gobierno de la Unidad Popular (UP), cuyo triunfo electoral cumple 53 años en septiembre de 2023.


Entre quienes vivieron la euforia popular por la elección de Salvador Allende, el recuerdo de esa alegría se volvió casi inseparable del recuerdo de horror del golpe de 1973 y las bombas que destruyeron el Palacio de La Moneda con el compañero presidente adentro. “El 11”, dicen los chilenos en tono serio, como si quisieran reducir a la más mínima partícula lo indecible de la dictadura del traidor Pinochet.


En cierto modo, la memoria del gobierno de Salvador Allende y el camino chileno al socialismo se ha vuelto inseparable de su trágico desenlace: dicha e quebranto.


Victoria electoral y casi golpe de estado en 1970


Salvador Allende fue elegido el 4 de septiembre de 1970 en representación de la UP, una coalición de cinco partidos de izquierda que pretendía crear su propio camino de transición al socialismo. 


Como dijo el grupo musical Inti-Illimani en Canción del Poder Popular, no se trataba solo de cambiar presidentes, sino de lograr que, por primera vez en la historia, el pueblo trabajador construyera con sus propias manos “un Chile biendiferente”.


Durante los 60 días que transcurrieron entre la victoria de Allende y su toma de posesión el 4 de noviembre, los planes golpistas intentaron impedir que el socialista recibiera la banda presidencial. La elección fue reñida, Allende ganó con solo un 1,3% de diferencia con el conservador Jorge Alessandri, distancia que se incrementó considerablemente en las dos elecciones que se realizaron durante su mandato³. 


La Constitución exigía que el resultado se confirmara en una segunda vuelta parlamentaria. Pero la UP tenía un 38% de diputados y un 46% de senadores, lo que la hacía dependiente de la izquierda de la Democracia Cristiana (DC). La presión popular fue decisiva. Los sindicatos de trabajadores y campesinos urbanos se movilizaron al Congreso para respaldar el voto popular.


Mientras tanto,la CIA, la International Telephone and Telegraph (ITT) y el entonces presidente Eduardo Frei, desde la derecha de la DC, quien recibió $250,000 del Comité Forty4 para evitar que Allende asumiera el cargo. Frei fracasó en 1970, pero luego apoyó el golpe de 1973 y fue asesinado por la dictadura en 1982.


La movilización popular jugó un papel clave para asegurar la victoria de Allende e iniciar una de las experiencias más emocionantes en la historia de las revoluciones.


El resplandor de la unidad popular


Chile en 1970 representaba el 4,5% de la población latinoamericana, pero los ojos del mundo entero estaban vidriosos ante su revolución incruenta, con empanadas y vino tinto. 


El programa de la UP proponía un socialismo democrático que socializaría la economía y mantendría la pluralidad en la política. La idea era dividir la economía en áreas: estatal, cooperativa y privada. La empresa estatal y la cooperativa, en conjunto, formarían el Área de Propiedad Social; mientras que el sector privado sería nacionalizado y formado únicamente por pequeñas y medianas empresas.


Unas 92 empresas estratégicas se listaron para su nacionalización, incluidos los gigantes estadounidenses del cobre Anaconda y Kennecott, expropiados sin compensación. Orlando Caputo, quien encabezó la Corporación del Cobre (Codelco) en el gobierno de la UP, posiblemente la ausencia de indemnizaciones para este tipo de empresas fue la acción más atrevida del gobierno, que arremetió así contra la lógica imperialista en su núcleo. Sin dudas esto fue un factor determinante para el golpe.


Sectores de la burguesía chilena que saboteaban la producción contra el gobierno tuvieron industrias expropiadas, transformadas en empresas autogestionadas por trabajadores con apoyo estatal. Este fue el caso de la fábrica textil Yarur, como relata el historiador Peter Winn en su libro Weavers of Revolution. 


La autogestión de las fábricas fue ganando progresivamente proporciones territoriales, hasta conformarse los famosos Cordones Industriales, experiencias de poder popular y productivo que demuestran la impresionante fuerza de la autoorganización de los trabajadores chilenos.


La reforma agraria fue otra gran frontera de expropiaciones en beneficio de las mayorías. En tres años se redistribuyeron casi 6 millones de hectáreas, afectando más de 3.000 predios y beneficiando a casi 100.000 familias campesinas incorporadas en asentamientos y centros de reforma agraria. 


Es decir, más de medio millón de personas sin tierra se han liberado de las oligarquías rurales. Según Sólon Barraclough, economista de la FAO, fue la mayor redistribución de tierras dentro de la ley en la historia mundial, lo que demuestra lo extraordinario que fue el camino chileno al socialismo.


El gobierno de Allende se ha comprometido a erradicar el analfabetismo en su sexenio. Para el historiador Robert Austin, la promesa se habría cumplido de no haber sido por el golpe. En tres años, más de la mitad del analfabetismo había desaparecido, gracias a dos factores: la enorme movilización voluntaria de estudiantes y educadores para enseñar donde fuera necesario y la fuerza descentralizada de la educación popular de adultos, fruto del notable paso de Paulo Freire por el país, años antes.


Dos revoluciones


Los historiadores defienden que el Chile de la UP vivió dos revoluciones. Una desde abajo, construida desde la experiencia comunitaria popular, el trabajo colectivo, las formas cooperativas de sociabilidad y la lucha diaria contra la codicia patronal. 


Y la otra, desde arriba, liderada por la dirección de los partidos de izquierda que se comprometieron a garantizar la solidez institucional de los cambios, consolidando el proyecto socialista en el gobierno y preservando la narrativa de una vía pacífica.


En 1971, las dos revoluciones se retroalimentaron y fortalecieron. La movilización popular dio impulso al gobierno para avanzar en su programa y, a pesar de los desacuerdos internos de la UP, fue un año armonioso y creativo de la revolución chilena. 


Pero en 1972 se intensificaron las acciones de sabotaje interno y externo. El Congreso estranguló al Ejecutivo aprobando leyes presupuestarias que entorpecían cualquier política. Los préstamos estadounidenses se agotaron, aumentando las dificultades de importación en un contexto de mejora general del poder adquisitivo. El boicot a la economía popular fue desatado por las clases dominantes internas, especialmente con las acciones de acaparamiento, el ocultamiento de existencias de víveres por parte de los comerciantes, lo que fomentó un mercado ilegal inflado.


Este ataque especulativo de las élites provocó desabastecimiento y fue respondido por la población con las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP), cuya importancia fue narrada por Eder Sader. Centros de Madres, Juntas de Vecinos y JAPs se ocuparon del abastecimiento en los barrios populares, para garantizar los bajos precios fijados por el gobierno y contener la inflación, cuya causa era más político-ideológica que económica. La revolución tuvo un fuerte impulso comunitario.


El pico de la crisis se produjo en octubre de 1972, cuando los empresarios de la distribución y el comercio entraron en huelga, consolidando la posición de la mediana y pequeña burguesía frente al gobierno popular. La relación del gobierno con estas fracciones de clase fue uno de los ejes de la polémica: ¿debe la revolución proteger o expropiar a los pequeños y medianos terratenientes? No hubo consenso.


Después de octubre, se agudizó el choque entre las dos revoluciones. Mientras Allende buscaba preservar la constitucionalidad de su poder y conducir la revolución “desde arriba” con cautela, la derecha y la extrema derecha inviabilizaron el gobierno con sediciones, ataques violentos y boicots, llevando a un callejón sin salida el camino chileno al socialismo. Los ministros más fuertes de Allende enfrentaron acusaciones constitucionales sin base legal.


En las calles, la población gritó por el cierre del Congreso y aseguró: “¡Allende, Allende, el pueblo te defiende!”. La izquierda radical, dentro y fuera de la UP, proponía el avance impetuoso de la revolución y la ruptura con la legalidad burguesa. Sin embargo, tampoco disponían de las armas y métodos preparados para llevar a cabo su política de insurrección revolucionaria. El estancamiento se profundizó hasta septiembre de 1973, cuando las fuerzas militares traidoras y civiles traidores más brutales del país tomaron el poder.


Salvador Allende, quien murió en defensa de una vía pacífica y democrática al socialismo, fue fotografiado en sus últimas horas sosteniendo el AK-47 que le entregó Fidel Castro en 1971, junto con un mensaje: “A mi buen amigo Salvador Allende, que por diferentes medios tratan de alcanzar los mismos objetivos”.


¿Derrota o fracaso?


Hasta el día de hoy, se debate si la revolución chilena fue derrotada o fracasó. En la primera hipótesis, la UP y el gobierno habrían hecho todo lo posible por transformar estructuralmente al país junto con las fuerzas populares, pero el enemigo se mostró más fuerte y mató el proyecto socialista con una política de exterminio.En la segunda hipótesis, los dos polos de la Unidad Popular se acusan mutuamente de los errores que los habrían llevado a su caída por razones internas a la dinámica revolucionaria.


El polo rupturista de la izquierda chilena, integrado por sectores del Partido Socialista, el Movimiento Unitario de Acción Popular (MAPU) y el Movimiento Revolucionario Izquierda (MIR), criticó el apego a la institucionalidad de Allende, alegando que el gobierno constreñía el poder popular, impidiendo la revolución de avanzar de abajo hacia arriba. El Partido Comunista y el sector allendista del PS, por su parte, acusaron a la izquierda radical de promover movimientos irresponsables e ilegales (como la toma de tierras, fábricas y barrios), que hacían inviable la revolución desde arriba, ya que tensan la país y ofreció a la derecha los argumentos que necesitaba para dar un golpe.



Daniel Céspedes, “un sospechoso izquierdista”, en el Estadio Nacional de Santiago.





Tal debate incluso parece un poco familiar en diferentes contextos, revolucionarios o no. En realidad, las polémicas de la izquierda chilena, con un polo rupturista e institucional, fueron propias del desafío de conquista del poder. Ganar elecciones fue un aspecto indispensable pero insuficiente de una serie de otras batallas por el poder que se dieron en todas las esferas de la sociedad. En Chile, el enigma de las revoluciones parece visible en todos sus detalles.


El recuerdo de UP a los 53 años


Conocer y apreciar la historia de la UP es importante por varias razones. La revolución chilena fue comunal y autogestionaria. Las cooperativas de trabajadores eran una forma económica fundamental. Si imaginamos un futuro de la UP sin golpe de estado, veríamos un socialismo horizontal, con la centralidad del poder popular, con diversidad de sonrisas, con un fuerte sentido de la dignidad en el trabajo y en los más variados territorios.


La revolución chilena fue plural, llena de voces disidentes y objetivos comunes. La cultura política evocada por la revolución chilena es de diálogo y praxis. Salvador Allende fue un gigante revolucionario, con una coherencia sin igual, que entregó su vida a un proyecto socialista profundamente democrático. En su último discurso, pronunciado dentro de un palacio presidencial en llamas, anunció el regreso de la revolución: “La historia es nuestra y la hacen los pueblos. Tarde o temprano se abrirán las grandes alamedas por donde pasa el hombre libre”.


En octubre de 2019, el estallido social chileno desencadenó la experiencia más desbordante de movilizaciones contra el legado de la dictadura del traidor  Pinochet, cristalizada en la constitución de 1980 y su estado subsidiario. Desde la revolución chilena no se han dado luchas populares tan masivas y contundentes, con millones de personas involucradas en la búsqueda de un nuevo modelo de sociedad. La constitución del traidor Pinochet, que no se responsabiliza de garantizar derechos sociales y condiciones mínimas para una vida digna a la población, fue la válvula de escape de las élites chilenas contra la repetición de cualquier experiencia popular similar a la UP. No por casualidad, la Asamblea Popular Constituyente se elevó al centro de la lucha actual.


El rechazo al neoliberalismo y al individualismo contenido en la explosión social de 2019 recuperó el sentido comunitario y horizontal con eco en la revolución chilena. Los luchadores populares del siglo XXI demostraron generosa entrega en las batallas callejeras por la “dignidad” de todos. Esta palabra, frecuentemente evocada por los chilenos que vivieron la UP, ha confluido a las múltiples luchas de hoy.


El sentido comunitario y combativo de la revolución chilena, así como la profunda representación popular de la UP, son lecciones para nuestro tiempo. Si nunca hemos sido tan individualistas y competitivos entre nosotros, la historia de la UP nos ofrece la comunidad, la pluralidad y la organización territorial de las bases populares como valores necesarios para la lucha anticapitalista.

Rodolfo Varela
Fuente: https://thetricontinental.org/pt-pt/