La primera en asumir un carácter socialista en las Américas, la Revolución Cubana fue la lucha de generaciones en el mundo. Foto: Rosa Espina
Mientras se escribe este texto, el capitalismo vive otra de sus crisis, agudizada por el advenimiento de una pandemia cuyas proporciones y duración no fueron previstas ni siquiera por los analistas más pesimistas.
Mientras el número de víctimas fatales de la Covid-19 en todo el mundo se cuenta por millones, el capitalismo demuestra a diario no solo su perversidad, sino también su total incapacidad para enfrentar los problemas ocasionados por esta pandemia de manera solidaria, colaborativa, socialmente justa. Al contrario: asistimos actualmente a un aumento de las desigualdades de todo tipo, tanto entre las clases sociales como entre los pueblos del mundo.
Nada más ilustrativo de las contradicciones del capitalismo, en efecto, que la situación brasileña, en la que el verdadero genocidio del que está siendo víctima el pueblo en este momento, caminando deprisa a llorar la obscena cifra de 657 mil vidas perdidas, poco o nada tiembla. La Bolsa de Valores, ciertamente más interesada en la noticia de que, en medio de todo esto, el número de brasileños que se sumaron a la lista de multimillonarios de la revista Forbes, divulgada el 6 de abril, pasó de 45 en 2020 a 66 en 2021.
Por estas razones, no es posible creer y resignarse a la idea de que la humanidad no es capaz de construir una sociedad superior a la sociedad capitalista. Una sociedad socialista, concebida no como un sueño, una utopía, sino como un proyecto concreto y factible.
Para contribuir a este debate, proponemos aquí una reflexión sobre tres aspectos de la lucha por el socialismo, suscitados por la observación de tres casos icónicos en América Latina, esa región del mundo donde se amalgamaron las corrientes socialistas europeas con las anticolonialistas y anticolonialistas. las luchas nacionalistas imperialistas y las luchas de los pueblos oprimidos, en particular de los pueblos indígenas y negros, dando fisonomía propia al socialismo en nuestra región, como bien ha señalado, entre otros, José Carlos Mariátegui, para quien esta “construcción heroica” no sería ni calco ni copia.
Es innecesario hablar de la importancia e influencia que tuvo la Revolución cubana, la primera en asumir un carácter socialista en América, en la lucha de las sucesivas generaciones en el mundo, y especialmente aquí en el continente. La lucha heroica y la victoria en la diminuta isla caribeña, asolada tanto por dictadores al servicio del imperialismo como de la mano directa de EE.UU. –en una suerte de reedición política moderna del mito de David y Goliat– caldeó corazones y mentes en la región, que vio en esa experiencia, la confirmación de que era posible derrotar a poderosos enemigos y, de esa manera, buscar la superación de las desigualdades, opresiones y miserias a las que estaban sometidos la mayoría de los pueblos latinoamericanos y caribeños.
Sin embargo, si queremos estudiar esta experiencia no sólo como un “mito”, no sólo en su potencial emulación, sino extrayendo de ella lecciones para pensar la lucha por el socialismo en el siglo XXI, parece necesario prestar atención a tres aspectos de ese rico proceso que -y esto vale señalar- supo hacer frente a múltiples condiciones climáticas, sobreviviendo y avanzando hasta nuestros días.
El primer aspecto se refiere a que ninguna revolución, entendida aquí como un acto de toma del poder, es un relámpago en un cielo azul, sino el resultado de la acumulación de fuerzas y experiencias de luchas anteriores.
Así fue en el caso cubano, donde no parece exagerado decir que la victoria del Movimiento 26 de Julio el 1º. Enero de 1959 fue el origen de luchas que se iniciaron 60 años antes, cuando se desarrollaba la guerra de independencia de España, en la que emergió la figura de un luchador que inspiraría a la generación victoriosa del Che y Fidel: José Martí, cuyas concepciones ya conjugaban, al carácter nacional de esa lucha, de dimensión democrática y popular, y que lamentablemente fue brutalmente asesinado en combate en mayo de 1895.
Los tres casos icónicos a los que aquí se hace referencia son las experiencias cubana, nicaragüense y chilena, tres procesos distintos de lucha e intento de construcción del socialismo, con sus particularidades estratégicas y tácticas, y también con diferentes desenlaces.
Decimos “control formal”, porque EE.UU. siguió controlando y monopolizando la economía cubana, lo que obstaculizaba cualquier proyecto de desarrollo nacional. La situación de la población, en estas circunstancias, era de gran miseria y opresión, lo que generó luchas de resistencia, con la fundación de la Confederación Nacional de Trabajadores de Cuba, y la organización de movimientos universitarios nacionalistas y la fundación del Partido Comunista de Cuba. y el Antiimperialista, ambos en 1925. Este último, por cierto, aglutinará en 1953 a varias corrientes de izquierda que defendían la realización de una revolución nacionalista, con base en guerrillas en la sierra oriental, que debía conducir paulatinamente a la construcción de un estado socialista.
Posteriormente, en el contexto de los golpes militares de Fulgencio Batista (1933 y 1952) y la elección de presidentes vinculados a la burguesía sumisa a EE.UU., nuevas luchas desembocaron en la creación del Partido del Pueblo Cubano u Partido Ortodoxo (1947). , en la que participó Fidel Castro y la mayoría de los jóvenes que luego protagonizarían el famoso asalto al Cuartel Moncada, en 1953.
Como todos saben, este “asalto” fue el primer ataque armado contra la dictadura de Batista, realizado el 26 de julio de 1953 –no por casualidad la fecha que dará nombre al movimiento revolucionario que saldrá victorioso en 1959– por un grupo de jóvenes. encabezada por un abogado igualmente joven y aún poco conocido, Fidel Alejandro Castro Ruz.
Marcha triunfal dos rebeldes liderados por Fidel Castro em Havana, em 1959
El apoyo y la presión popular facilitaron la liberación de Fidel, quien había sobrevivido a la masacre y presentó en su defensa ante los tribunales el famoso texto titulado “La historia me absolverá”. Con una amnistía, Fidel creó, junto al Partido Socialista Popular y varias organizaciones de oposición, el Movimiento 26 de Julio (M26/7), que llevaría a la victoria la guerrilla y la lucha urbana en 1959.
El primer aspecto a observar, por tanto, es que la toma del poder revolucionario, aunque parezca algo episódico, es una construcción histórica, y en ella cuenta todo avance y todo aprendizaje dejado por las luchas y por las generaciones anteriores, sobre todo porque son las que permiten reunir el apoyo social y la legitimidad indispensables para la victoria. Esto vale para la revolución cubana y para todas las demás, rusa, china, etc.
El segundo aspecto que nos gustaría enfatizar es que una revolución, aunque sea victoriosa, nunca es un proceso lineal, que avanza inexorablemente, en una trayectoria siempre ascendente, hacia sus objetivos. Invariablemente pasa por un proceso dialéctico compuesto de aciertos y derrotas, aciertos y errores, retrocesos y avances, a veces sólo táctico, a veces incluso estratégico.
Como sabemos, no sólo fue desastroso el desembarco, sino que fracasó el levantamiento de Santiago de Cuba o la huelga general. Sin embargo, fue a partir de este “error” que los pocos combatientes granmenses que sobrevivieron decidieron que la única alternativa era persistir en el objetivo de llegar a la Sierra Maestra, donde, con el apoyo del campesinado, fue posible formar la so- llamado Ejército Rebelde.
El resto de la historia es bien conocido: el Ejército Rebelde llevó a cabo una “guerra de guerrillas” en las zonas rurales, que, por los éxitos obtenidos, resultó ser una estrategia superior a la de las insurrecciones urbanas, imponiéndose y extendiéndose a varios partes del país Isla.
A fines de 1958, con la toma de Santa Clara y el sitio de Santiago de Cuba, el Ejército Rebelde obtuvo la victoria, consagrada cuando, el 1 de enero de 1959, bajo el liderazgo de Fidel Castro, los revolucionarios tomaron La Habana.
La victoria estaba dada, pero la tarea de los revolucionarios apenas había comenzado. Era necesario tomar medidas rápidamente para atender las demandas históricas de las clases populares, como la reforma agraria, sin dejar de lado medidas que respondieran a los anhelos de los sectores de la burguesía nacional que, sobre todo cuando se verificó su inminente victoria, se habían adherido a la revolución. Además, fue necesario enfrentar amenazas internas y externas para la consolidación de ese proceso.
En cuanto a las “amenazas externas”, las principales se materializaron en la reacción, en los intentos de invasión armada y en el bloqueo económico interpuesto por EE.UU., en connivencia con las fuerzas sociales y políticas de la derecha cubana. El tener que enfrentar estas amenazas y, al mismo tiempo, el cuello de botella que representa el relativo retraso en el desarrollo de las fuerzas productivas en Cuba -problema derivado de la contradicción vivida también por las demás revoluciones- que terminó ocurriendo, a diferencia de lo que Marx pensamiento, en países de la periferia del sistema- llevaron a los líderes cubanos, no sin mucho debate interno, no sin polémica, no sin errores y posteriores revisiones, no sin cambios de rumbo, a tomar las decisiones que dieron rostro al socialismo cubano y que , de una forma u otra, la otra, permitieron que Cuba resistiera y siguiera siendo socialista hasta el día de hoy.
Este aspecto nos parece importante resaltar porque a veces puede parecer que solo se debe poner en marcha la lucha cuando se está seguro de que se saldrá victorioso. Pero si bien la evaluación de la correlación de fuerzas y las condiciones de la lucha son fundamentales, el camino victorioso no se construye sin contratiempos. Por eso es importante que el movimiento no se desanime ante la primera derrota, que no capitule, que no desista de sus objetivos.
Este hallazgo está directamente relacionado con el tercer aspecto sobre el que nos gustaría llamar la atención: que el curso de la Revolución Cubana, ya sea en términos de la toma del poder en sí misma o de la posterior construcción de la transición socialista -como suele suceder en los registros históricos de este carácter–, se fueron configurando y definiendo a lo largo de un proceso de enfrentamiento de crisis y contradicciones y condiciones objetivas muchas veces adversas, proceso en el que convivieron debates de carácter teórico con decisiones prácticas tomadas “sobre la marcha”.
Esto también permitió a la revolución reducir el poder económico de la burguesía y pasarlo de lleno a manos del Estado, ya que se creía que, en las condiciones cubanas, sólo éste podría encauzar los excedentes económicos a las tareas de desarrollar la fuerzas productivas. Evidentemente, ante esto, los pocos miembros de esa clase social que aún no habían huido a Estados Unidos pasaron a formar parte de los sectores contrarrevolucionarios cubanos.
Lo mismo sucedió con la decisión de integrar el Comecom (Consejo de Asistencia Económica Mutua, llamado Came en Cuba) y el llamado “campo soviético”. Inicialmente, la idea de los revolucionarios cubanos era intentar un camino propio. Sin embargo, la profundización del bloqueo a los mercados y créditos internacionales y los sucesivos ataques clandestinos a la isla encabezados por EE.UU. no dejaron otra alternativa que esta alianza con el “campo socialista” liderado por la URSS, que en este período financió sus operaciones comerciales. deuda, ofrecía armas y entrenamiento militar, así como un mercado para los productos cubanos, especialmente el azúcar.
Fue este factor el que llevó a Cuba a un nuevo reacomodo en los rumbos de su proceso socialista, que entró en el llamado “período especial”. Una vez más, esto permitió a Cuba sobrevivir y enfrentar esa nueva situación, pero generó otras contradicciones, además de un intenso debate en la izquierda sobre la naturaleza de esos cambios, que algunos se apresuraron a caracterizar como una “restauración capitalista”. Desde entonces, el gobierno cubano viene acometiendo una serie de reformas, a las que denomina actualización del modelo económico y social cubano, buscando corregir problemas estructurales y enfrentar los coyunturales, algo fundamental para “la construcción de un socialismo próspero y sostenible”. en Cuba”, según consta en el Informe Central presentado al VIII Congreso de la PC de Cuba, realizado en abril de 2021.
Este tercer aspecto nos parece importante porque, en procesos como este, los ajustes de rumbo y las decisiones que no estaban previstas en el “manual”, incluidas las eventuales concesiones, se dan como respuesta a necesidades prácticas, y no constituyen un problema en sí mismo. ya que, por supuesto, no supondrán una desviación del objetivo estratégico planteado inicialmente.
Los tres aspectos señalados anteriormente también nos ayudan a pensar el caso nicaragüense, a partir del tema de las luchas anteriores que culminaron en el momento verdaderamente revolucionario. Por cierto, no fue casual que la Revolución Cubana inspirara los primeros movimientos de insurrección popular contra la dictadura de Somoza, en los que la dirección de Carlos Fonseca, un joven militante del Partido Socialista Nicaragüense (PSN, de orientación comunista) que había estado en la URSS, se destacó en 1956 y en La Habana poco después de la Revolución de 1959, y ese año se incorporó a la Brigada Rigoberto López Pérez -nombre en honor al poeta y activista que había asesinado al dictador general Anastasio Somoza García, siendo asesinado en la misma operación, el 21 de septiembre de 1957.
La Brigada, que había sido organizada en Honduras para derrotar a la dictadura nicaragüense y contaba con apoyo y entrenamiento cubano, fue violentamente desmantelada por el ejército hondureño y la Guardia Nacional de Nicaragua en El Chaparral, episodio considerado por algunos como el primer momento de la guerra nicaragüense. Revolución, y en ocasiones comparado con el asalto al Moncada, sobre todo por la reacción que suscitó entre los estudiantes e intelectuales de izquierda. En ella, Fonseca fue herido y capturado.
Fonseca también fue uno de los principales responsables del rescate de otra experiencia histórica en Nicaragua que ejercería una influencia directa sobre los revolucionarios de ese país, y cuya figura central fue Augusto César Sandino, héroe nicaragüense que lideró la lucha contra la ocupación estadounidense. en las décadas de 1920 y 1930. En 1934, Sandino fue ejecutado por el general Anastasio Somoza García, quien luego, mediante un golpe de Estado, inició la dictadura dinástica que gobernaría Nicaragua durante más de cuarenta años, siendo derrocado por los sandinistas en 1979.
Inicialmente, el FSLN esperaba reproducir el guión de la Revolución Cubana. Llegaron a imaginar que sería posible derrocar a Somoza en 25 meses (tiempo transcurrido entre el desembarco del Granma y la huida de Fulgencio Batista). Pero aprendieron en la dura lucha lo que dijo una vez el geógrafo franco-marroquí Yves Lacoste, al hablar de la necesidad de conocer las características específicas del espacio social en el que se lucha: “Después de todo, no toda región montañosa boscosa es Sierra Maestra”. .
Esto nos lleva a esa segunda observación: que la lucha revolucionaria nunca es un proceso lineal, que avanza de éxito en éxito hacia sus objetivos. Aun victoriosa, está hecha de errores y aciertos, de conquistas y derrotas, ante las cuales es necesario no desanimarse ni dudar de que es posible alcanzar los objetivos.
Este fue el caso de las luchas de los militantes del FSLN, quienes en la década de 1960 atravesaron un período difícil en el que se combinaron algunas operaciones guerrilleras (como la de Pacasán, en el centro-norte del país, en 1967). con el difícil trabajo de la organización secreta en las ciudades. A pesar de las derrotas, fusilamientos y represión sufridas, y de la clandestinidad y el exilio al que fueron sometidos muchos de sus dirigentes, fue un período de aprendizaje, acumulación de experiencias e implantación social, a partir del cual comenzaron a buscar su propio camino hacia la revolución en Nicaragua.
Este proceso culminará con la instalación en el país de una verdadera guerra civil revolucionaria, especialmente en los años 1978/79, que avanzará contra las fuerzas gubernamentales y permitirá a los revolucionarios tomar varios territorios, provocando la huida de Somoza, el rendición y disolución de la Guardia y entrada triunfal de las columnas guerrilleras a Managua el 19 de julio de 1979.
En cuanto al tercer aspecto, también es claro en la Revolución Nicaragüense que los rumbos del proceso y las tácticas y estrategias adoptadas se definieron a partir del enfrentamiento de cuestiones objetivas y cambios en las condiciones que ofrecía el propio avance de la lucha de clases.
Esto no quiere decir que no hubo un intenso debate dentro del FSLN sobre “qué hacer”. Y como suele ocurrir en procesos de estas características, hubo diferentes visiones, comenzando por el carácter que debe asumir el Frente: si es un movimiento, un partido, un grupo armado, etc. Y como indican los nombres de las tres tendencias internas del FSLN -Guerra Popular Prolongada (GPP), Tendencia Proletaria y Tendencia Insurreccional- también hubo discrepancias sobre la mejor estrategia a utilizar.
Al igual que la Revolución Cubana, la Revolución Nicaragüense también influirá en procesos posteriores, especialmente en Centroamérica, como los salvadoreños y guatemaltecos.
Pero en procesos como este, tomar el poder es solo una parte del problema. Es necesario entonces construir las bases para gobernar y realizar las transformaciones por las que luchó el pueblo. Nuevamente, no hay una receta preparada para esto. Y todas las decisiones que se toman pueden incurrir en errores o los propios avances pueden generar nuevas contradicciones que es necesario afrontar.
En el caso nicaragüense, se trataba de superar las dificultades económicas y sociales agravadas por la propia guerra civil, con su estela de destrucción de las ya débiles fuerzas productivas de la ciudad y el campo.
Se adoptarán una serie de programas políticos, entre ellos una reforma agraria utilizando las tierras expropiadas a los Somoza y la burguesía que lo apoyó. La opción de mantener, sin embargo, las propiedades (incluidas las industriales) de los sectores burgueses que apoyaron la revolución y conformaron la Junta de Gobierno para la Reconstrucción Nacional -basada ciertamente en una valoración de la correlación de fuerzas y en la creencia de que, como en la In un contexto revolucionario, el FSLN mantendría la hegemonía sobre estos sectores – pronto se reveló un error. No pasó mucho tiempo para que los líderes liberales, como Afonso Robelo y Violeta Chamorro, rompieran con el gobierno sandinista y comenzaran la contrarrevolución.
La acción política de sectores de la burguesía y la acción armada de la “contra” trastocaron las elecciones nacionales de 1984, ya que estos sectores boicotearon la elección y no quisieron aceptar la victoria del FSLN y la elección de Daniel Ortega para presidir la país. La situación llevó al gobierno a declarar un “estado de excepción”, que sólo terminó con las negociaciones para las elecciones de 1990, cuyo resultado conocemos: Violeta Chamorro salió victoriosa. Sin embargo, lo que pareció ser el final de esa experiencia fue solo un interregno: en otras condiciones, el FSLN volvió al gobierno de Nicaragua en las elecciones de 2006 y permanece allí hasta el día de hoy.
Hasta ahora hemos hablado de dos revoluciones. Queda por ver si los tres aspectos que hemos destacado aquí también pueden ayudarnos a comprender el tercer proceso que abordaremos y que siguió una estrategia diferente: el caso del gobierno socialista de Salvador Allende, en Chile.
El camino chileno al socialismo
En cuanto al primer aspecto aquí mencionado, podemos afirmar, sin lugar a dudas, que al igual que la conquista del poder por la vía de la revolución, la conquista de un gobierno -visto como palanca para la construcción del poder popular, como en el caso de “Camino chileno al socialismo”–, tampoco es un “relámpago en el cielo azul”. Y, poco después, una guerra civil que derrocó al gobierno progresista de José Manuel Balmaceda (1891), llevándolo al suicidio.
En estas luchas también se destacó Luís Emilio Recabarren, quien jugó un papel fundamental en la creación del Partido Socialista de los Trabajadores, poco después rebautizado como Partido Comunista de Chile (1922). Como sabemos, la influencia de Recabarren traspasará las fronteras chilenas, extendiéndose a otros países de la región.
No por casualidad, en el discurso inaugural que Allende dirigió al pueblo chileno en el Estadio Nacional luego de su victoria electoral en 1970, dirá, en reconocimiento a las luchas anteriores:
DISCURSO DE SALVADOR ALLENDE EN EL ESTADIO NACIONAL (5 DE NOVIEMBRE DE 1970)
Aquí están LAUTARO y CAUPOLICÁN, hermanos en la distancia de CUAUHTEMOC y TUPAC AMARU.
Hoy, aquí con nosotros, gana O'HIGGINS, que nos regaló la independencia política celebrando el paso a la independencia económica.
Hoy, aquí con nosotros, gana MANUEL RODRÍGUEZ, víctima de quienes oponen su egoísmo de clase al progreso de la comunidad.
Hoy, aquí con nosotros, gana BALMACEDA, luchadora en la tarea patriótica de recuperar nuestras riquezas del capital extranjero.
Hoy, aquí con nosotros, gana RECABARREN, con los trabajadores organizados después de años de sacrificio.
Fue también en Chile donde tuvo lugar la primera -y única- experiencia en América Latina de un gobierno de Frente Popular, en la línea propugnada por la Tercera Internacional tras el triunfo del nazismo, reuniendo, además del Partido Comunista, al Partido Socialista. Y el Partido Radical. También formaban parte del Frente diversas organizaciones sindicales y sociales, como la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCh), el Movimiento de Emancipación de la Mujer de Chile (MEMCh) y la Federación de Estudiantes de Chile. Así, en la elección de 1938, asumió como presidente el histórico líder socialista Marmaduke Grove, con Pedro Aguirre Cerda, del Partido Radical, como vicepresidente. Esta victoria inaugurará un período de reformas modernizadoras, que duró de 1938 a 1952, y que garantizaron a Chile un relativo desarrollo económico y estabilidad política, especialmente en comparación con otros países latinoamericanos.
Durante este período, Salvador Allende fue un joven diputado socialista, para quien la experiencia de unidad de izquierda en el gobierno del Frente Popular -del que llegó a formar parte como ministro de Salud- tuvo un profundo impacto.
Pero antes de hablar de la victoria electoral de la Unidad Popular en 1970 –y nuestro segundo aspecto a destacar– también vale recordar que no hubiera sido posible si no hubiera estado precedida por un avance de las luchas sociales y un incremento de las movilizaciones populares durante el Eduardo Eduardo Frei (1964-1970), cuya importancia llevó a ese presidente a hacer algunas concesiones, como una Reforma Agraria, para tratar de contener el ascenso de fuerzas sociales y políticas populares y de izquierda.
Respecto a nuestro segundo aspecto, también parece posible decir que el camino a la victoria electoral, como el de la revolución, tampoco es lineal, y también está sujeto a avances y retrocesos, errores y aciertos.
Ese fue el camino a la victoria electoral de Allende. Basta recordar que su primer intento de llegar a la presidencia tuvo lugar en 1952, encabezando el “Frente Popular”, una alianza entre una sección del Partido Socialista con los comunistas. Y también apareció en 1958 y 1964, siendo nuevamente derrotado. Como es habitual, la tercera derrota generó divisiones entre los socialistas, que empezaron a cuestionar la eficacia de la vía electoral como estrategia para llegar al poder.
De hecho, no todas las organizaciones de izquierda apostaban por esta estrategia. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), creado en 1965, tenía como lema “Pueblo, Conciencia, Fusil”, lo que habla por sí solo de su visión de los caminos hacia el poder.
Pese a ello, superando incredulidades y divergencias, se logró constituir, para las elecciones de 1970, la Unidad Popular (UP) -formada por el Partido Comunista de Chile (PCCh), el Partido Socialista (PS), el Partido Radical (PR), el Partido Socialdemócrata (PSD), el Movimiento de Acción Popular Chilena (Mapu) y la Acción Popular Independiente (API). Posteriormente se incorporaron también la Izquierda Radical (IR), la Izquierda Cristiana (IC) y el Mapu Obrero y Campesino (Mapu OC). El MIR, aunque no formaba parte de la UP, dio “apoyo crítico” a su candidatura a la presidencia y, tras la victoria, participó en el Grupo de Amigos del Presidente (GAP), organismo directamente vinculado a Allende.
Por lo tanto, de esta victoria no surgió un apoyo popular sólido para llevar a cabo de inmediato el programa de la UP, que preveía, entre otras cosas, la nacionalización de los recursos naturales, comenzando por las minas de cobre, la mayor riqueza del país; la profundización de la Reforma Agraria; la nacionalización de la banca, los servicios públicos y el comercio exterior; la universalización de los sistemas públicos de educación, salud y bienestar; la construcción del poder popular; y la lucha contra el imperialismo. La idea, por tanto, era iniciar un proceso prolongado de transformaciones estructurales, que debía culminar en la construcción del poder popular y de una sociedad socialista.
Esto parecía posible en ese momento, sobre todo por la verdadera efervescencia social que se vivía en Chile. Allende creía así que su elección podía representar una oportunidad histórica para ensayar este nuevo modelo de transición al socialismo, la "vía chilena".
Una vez más, esta originalidad reforzó aún más lo que ya hemos mencionado cuando hablamos de Cuba y Nicaragua, es decir, el hecho de que los dirigentes de la UP no tenían un modelo, en términos históricos, en el que basarse y sustentarse para afrontar las tareas de el momento. Lo que nos lleva a nuestro tercer aspecto.
Siguiendo el proceso chileno, también es claro que los caminos hacia la construcción del socialismo y del poder popular por la vía institucional no siguen un guión preestablecido, una “fórmula”. Es necesario recorrer este camino a partir de la confrontación de las condiciones y contradicciones concretas del proceso.
Pero recordemos, una vez más, que fue una experiencia de construcción del socialismo en un país periférico, económicamente dependiente, poco industrializado, de baja productividad agraria y profundamente desigual, en el que las élites se beneficiaron con la entrega de la riqueza nacional a los monopolios extranjeros. .
Sin embargo, Allende creía sinceramente que era posible, a través de los medios institucionales existentes y de manera pacífica y democrática, cambiar ese modelo y la institucionalidad misma, transfiriendo el poder político y económico a los trabajadores y al pueblo. Y basó esta creencia ilusoria en la historia chilena de estabilidad política de las décadas anteriores, lo que le hizo suponer que la lucha de clases podía librarse de forma "civilizada".
Fue en ese espíritu que el gobierno de la Unidad Popular puso en práctica un programa radical que, como era de esperarse, generó una serie de reacciones y contradicciones. Las élites económicas, con la colaboración imperialista, no tardaron en recurrir a todo tipo de expedientes para derrotar al gobierno, incluido el sabotaje económico –como el paro de camioneros en 1972– y la actuación de grupos fascistas.
Así, mientras el gobierno de Allende intentaba evitar lo que imaginaba que podía desembocar en una guerra civil, estas organizaciones, principalmente las Cuerdas Industriales, defendían la radicalización de la lucha y de las medidas económicas y sociales, con el cumplimiento inmediato del programa con el que UP había sido elegido. Este camino recibió el apoyo del MIR, la Izquierda Socialista y sectores del Mapu, pero fue impugnado por el Partido Comunista, el Partido Socialista y la Central Única dos Trabalhadores. Y las contradicciones se agudizaron cuando el gobierno aprobó la Ley de Control de Armas (1972).
Pero Allende, aun atacado por la derecha y contestado por la izquierda, defendió hasta el final su "revolución pacífica", tardando mucho en tomar conciencia de que las clases dominantes chilenas, como en otros países de la región, no tenían ningún compromiso con la democracia. .e institucionalidad que le eran tan queridas. Este fue sin duda su mayor error. Y todos sabemos cuán trágicamente terminó esta historia: un golpe militar y la instauración de una cruenta dictadura, pionera en la implantación del régimen neoliberal, y cuyas consecuencias políticas, sociales y económicas aún hoy se sienten en la sociedad chilena.
En todo caso, las últimas palabras de Allende en su último gesto de resistencia, aquel terrible 11 de septiembre de 1973, fueron apropiadas por generaciones de luchadores, asociándolo a ese “panteón” de héroes de la lucha socialista en América Latina que nos sirven de inspiración. para este día. Y es con ellos que concluyo estas reflexiones: “Más temprano que tarde, se abrirán nuevos caminos por donde camine el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
Fuente: TEORIAeDEBATE