Por Rodolfo Varela
La izquierda chilena atraviesa hoy uno de los momentos más críticos desde el retorno a la democracia. Los recientes reveses electorales, que culminaron con la contundente victoria de la derecha y la elección de José Antonio Kast como presidente de la República, quien asumirá en marzo de 2026, han dejado al descubierto una crisis profunda, estructural y moral del sector.
Desde mi análisis político, esta derrota no es circunstancial ni producto exclusivo de una coyuntura electoral. Es el resultado de años de desconexión con el pueblo, de promesas incumplidas, de una gobernanza distante y de una elite política que terminó pareciéndose demasiado a aquello que decía combatir.
Una derrota aplastante
La victoria de José Antonio Kast, con aproximadamente el 58,3% de los votos frente al 41,7% de la candidata de izquierda Jeannette Jara, constituye una de las derrotas más duras sufridas por la izquierda chilena desde la redemocratización. El amplio margen sorprendió incluso a analistas experimentados y profundizó la polarización política del país, dejando a la izquierda sin relato, sin liderazgo claro y sin conexión real con las mayorías sociales.
Agotamiento social tras más de tres décadas
Este resultado expresa un agotamiento social acumulado durante más de treinta años, que terminó por estallar bajo el actual gobierno de centroizquierda encabezado por Gabriel Boric. La ciudadanía evaluó con dureza la gestión en áreas clave como la economía, la pobreza, la salud, la educación, las pensiones miserables, la inseguridad pública, la inmigración descontrolada y, especialmente, la deuda histórica con las víctimas de la dictadura, aún impaga y sistemáticamente postergada.
El pueblo chileno, cansado de discursos vacíos y soluciones cosméticas, optó por un giro político radical en busca de respuestas concretas.
Críticas internas y crisis de gobernanza
Las críticas dentro del propio oficialismo no tardaron en emerger. Figuras relevantes del gobierno, como la ministra del Interior y Seguridad Pública, Carolina Tohá, realizaron cuestionamientos públicos a la gestión, generando tensiones internas y evidenciando la falta de rumbo, coordinación y liderazgo político. La izquierda no solo perdió en las urnas; perdió también su capacidad de gobernar con claridad y convicción.
La urgente necesidad de una reevaluación estratégica
La izquierda chilena enfrenta hoy el desafío ineludible de revisar sus dilemas históricos, abandonar la soberbia ideológica y replantear seriamente su proyecto político. El debate ya no puede girar en torno a consignas ni relatos épicos, sino a cómo responder de manera honesta, eficaz y sin mentiras a las demandas reales de la población.
La desconexión con su base social es evidente. Millones de chilenos que alguna vez confiaron en la izquierda optaron esta vez por el extremo opuesto, como un grito de protesta ante el abandono y la frustración.
Polarización y responsabilidad política
La campaña estuvo marcada por una intensa polarización, pero es necesario decirlo con claridad: la principal responsable de este escenario es la propia izquierda, incapaz de cumplir sus compromisos y de ofrecer soluciones reales a los sectores más humildes. El cansancio social frente a promesas reiteradamente incumplidas terminó por sepultar su credibilidad.

Jeannette Jara José Antonio Kast
Una oposición que debe mirarse al espejo
Tras la derrota, Jeannette Jara anunció que la izquierda ejercerá una “oposición proactiva” frente al nuevo gobierno. Sin embargo, antes de pensar en oponerse, el sector debería mirarse al espejo, revisar sus privilegios, sus altos salarios, sus vidas acomodadas y su distancia con un pueblo empobrecido, humillado y cansado de ser utilizado solo en tiempos electorales.
Conclusión
En síntesis, esta izquierda chilena —que ya no representa al pueblo y que parece más preocupada de sus intereses personales que del bien común— se encuentra en una encrucijada histórica. Su creciente impopularidad, marcada por la corrupción, el elitismo y la falta de autocrítica, exige una transformación profunda y urgente.
Si no es capaz de reconectarse con la realidad de un país herido, desigual y decepcionado, seguirá siendo desplazada por una nueva correlación de fuerzas en el escenario político chileno. El mensaje del pueblo fue claro, contundente y democrático. Ignorarlo sería, una vez más, un acto de soberbia imperdonable.