Por Rodolfo Varela
Hablar de democracia en Chile se ha convertido en una rutina vacía de contenido. Los gobiernos, tanto de derecha como de izquierda, se llenan la boca con discursos sobre la defensa de las instituciones, pero siguen sin responder a la deuda histórica con miles de víctimas de la dictadura militar.
Lista de presidentes de Chile que nunca hiciero nada!
Esa es la gran contradicción: quienes sufrieron prisión, tortura, exilio o la pérdida de sus seres queridos continúan siendo invisibilizados y maltratados por el mismo Estado que asegura gobernar “en nombre de la democracia”.
La izquierda que gobernó la mayor parte del Chile postdictadura no ha estado a la altura de sus promesas. Prefiere debates estériles sobre la extrema derecha o caídas en la autoflagelación, en lugar de enfrentar con coraje sus propias incoherencias y utopías incumplidas.
Promesas vacías, liderazgos improvisados y dirigentes mal preparados han abierto el terreno para que la derecha, con su maquinaria propagandística y populista, gane espacio entre una ciudadanía cansada de esperar soluciones que nunca llegan.La reciente cumbre progresista en Santiago reunió a una decena de países con el objetivo de “recomponer la confianza en la democracia”. Entre las medidas anunciadas se incluyó la lucha contra el crimen internacional y la desinformación.
El problema es que en países como Chile o Brasil la delincuencia se multiplica sin control: la policía detiene y la justicia libera a los criminales, muchas veces antes de que el funcionario termine de redactar el informe. Estos delincuentes son presentados como “víctimas de la sociedad”, mientras la ciudadanía sigue viviendo con miedo, inseguridad y rabia.
El otro gran tema es la desinformación. ¿De qué sirve hablar de combatirla cuando los principales medios de comunicación se encuentran al servicio de los gobiernos, maquillando cifras, omitiendo realidades y mintiendo sin pudor a la población? Se repite el mismo patrón: propaganda disfrazada de periodismo, que solo beneficia a quienes están en el poder.
El presidente Gabriel Boric afirmó en la cumbre que los gobiernos progresistas deben unirse para defender la democracia. Pero, ¿de qué democracia habla? ¿La que oprime a los ciudadanos en Cuba, Venezuela o Nicaragua, donde la gente teme incluso opinar? ¿La que en Chile se proclama mientras miles viven en campamentos en condiciones miserables, con jóvenes atrapados en la drogadicción sin ningún programa serio de rehabilitación? Esa no es democracia, es una farsa.
La izquierda chilena, que ha administrado el país la mayor parte del tiempo desde el fin de la dictadura, tampoco ha sabido cuidar la salud, la educación ni la igualdad social. En cambio, ha inventado cargos innecesarios, llenado ministerios de incompetentes y desperdiciado las riquezas naturales del país. Con ello ha dejado una herencia de pobreza estructural e ignorancia, mientras sigue utilizando a los medios de comunicación como brazo político para alcanzar objetivos de poder.
La derecha, por su parte, no se queda atrás en su abuso. Ambos bloques comparten la misma ambición: llegar pobres al poder y salir millonarios. Hablan de pobreza, pero viven como ricos. Hablan de democracia, pero gobiernan para sus intereses. Hablan de igualdad, pero mantienen a la mayoría en la marginación.
Esa es la verdad de Chile y de gran parte de Latinoamérica: una clase política que juega con la inteligencia de las personas y un pueblo que, cansado de mentiras, empieza a buscar alternativas, incluso en la derecha más dura.