Por Rodolfo Varela
El próximo 16 de noviembre, Chile volverá a las urnas para elegir al sucesor del presidente Gabriel Boric, cuyo mandato termina el 11 de marzo de 2026, sin haber cumplido gran parte de sus promesas.
Ocho nombres compiten por la silla presidencial, pero las encuestas coinciden: solo cuatro tienen opciones reales de llegar a la segunda vuelta. Si alguno logra más de la mitad de los votos, podría ganar en primera vuelta, aunque el escenario actual hace improbable ese desenlace.
Según el promedio de sondeos, Jeannette Jara (izquierda) lidera las preferencias con un 28,5% de intención de voto. Le siguen los candidatos de derecha: José Antonio Kast (19,9%), Johannes Kaiser (15,6%) y Evelyn Matthei (14,1%).
Más allá de los números, lo que está en juego es el futuro de un país sumido en la desigualdad, la ignorancia política, la pobreza económica, la falta de salud y educación, y una clase política que se ha especializado en mentir con elocuencia.
Promesas recicladas y memoria selectiva
Los candidatos exhiben diferencias en el papel, pero todos comparten una misma enfermedad política: la demagogia. Ninguno habla con la verdad ni con compromiso real hacia la gente.
Mientras los aspirantes de derecha —Kast, Matthei y Kaiser— prometen austeridad fiscal, recortes de impuestos y “mano dura” en seguridad y migración, Jeannette Jara ofrece mayor intervención estatal, expansión de beneficios sociales y control económico.
Pero todos evaden un tema central: la deuda histórica con las víctimas de la dictadura de Pinochet y el abandono del pueblo que sufre día a día.
El olvido como política de Estado
Y surge una pregunta inevitable:
¿Por qué los mismos políticos de izquierda que hoy prometen soluciones no las aplicaron cuando estuvieron en el poder?
¿Acaso olvidaron la deuda con los exonerados políticos, los torturados, los desaparecidos, los niños secuestrados y vendidos como mercancía al extranjero?
¿También olvidaron la miseria de miles de chilenos que sobreviven con pensiones indignas, con un sistema de salud colapsado y con un robo institucionalizado por las AFP?
La derecha no tiene interés en reparar esa deuda, y la izquierda ha preferido el silencio. Ambas han traicionado la memoria y la justicia. Mientras tanto, el pueblo —que posee el verdadero poder, el voto— continúa votando sin conciencia, sin exigir rendición de cuentas, sin darse cuenta de que cada voto puede cambiar o condenar el destino del país.
Un pueblo dormido, un país sin rumbo
Chile vive un ciclo político perverso: los candidatos prometen, la gente cree, los gobiernos fracasan y el descontento se renueva.
El votante debe despertar. No basta con indignarse en redes sociales o lamentarse por la corrupción: hay que votar con memoria, con inteligencia y con dignidad.
De lo contrario, el país seguirá gobernado por los mismos que lo hundieron, los mismos que se olvidaron del pueblo y convirtieron la mentira en su bandera política.
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