Por décadas, la distancia entre el discurso y la acción política se convirtió en un abismo: abandono de las víctimas de la dictadura, un sistema de salud precario, pensiones miserables, el robo institucionalizado de las AFP, olvido de las poblaciones más pobres, una educación de baja calidad, corrupción transversal y presidentes incapaces de confrontar el modelo heredado de Pinochet.
Este vacío fue administrado —nunca transformado— hasta abrir el espacio para que la derecha dura se presentara como la alternativa del “orden”.
La ilusión del cambio administrado
Los gobiernos progresistas no encarnaron el cambio: lo administraron.
Y en esa administración tecnocrática y temerosa, terminaron sosteniendo el mismo orden neoliberal que decían combatir.
Mientras tanto, los grandes medios —polarizados, en manos extranjeras y desconectados del Chile real— moldearon la opinión pública de una ciudadanía cansada, desinformada y cada vez más frustrada.
Así dejó de ser impensado que Kast se convirtiera en una opción real.
Boric: la promesa que terminó reproduciendo el mismo sistema
El gobierno de Gabriel Boric nació para romper la lógica heredada. Sin embargo, terminó reproduciéndola:
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Estado de Excepción permanente en la Macrozona Sur
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Fortalecimiento del TPP-11
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Orden público como eje central
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Criminalización del movimiento estudiantil
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Renuncia programática a las transformaciones estructurales
Lo que antes era excepcional se volvió normalidad progresista. Y quedó claro: el autoritarismo no siempre llega desde afuera; puede llegar desde la administración “razonable” del consenso neoliberal.
La transición agotada
Chile no “se volvió de derecha”.
Chile se quedó sin horizonte.
La centroizquierda renunció a confrontar la desigualdad como estructura de poder y prefirió convertirse en élite, mientras los sectores más vulnerables seguían esperando los cambios prometidos.
El vacío fue llenado por la derecha dura.
Kast no es una sorpresa: es una consecuencia
Lo que viene, si no se asume el diagnóstico con claridad, no será solo un gobierno autoritario.
Será la cristalización del fascismo social:
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conflicto tratado como delito,
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protesta interpretada como terrorismo,
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neoliberalismo sin siquiera la máscara democrática.
Kast no apareció inesperadamente.
Fue permitido, incubado y normalizado por todos los gobiernos que lo precedieron —de izquierda, centroizquierda y derecha— y también por una ciudadanía que dejó de votar, dejó de exigir y dejó de fiscalizar.
Los gobiernos de la Concertación y su legado incompleto
Aylwin: justicia “en la medida de lo posible”
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Continuó la persecución a organizaciones de izquierda.
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Mantuvo organismos heredados de la dictadura, como “La Oficina”.
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El boinazo reveló un poder militar intacto.
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Su política de justicia limitada consolidó una transición tutelada.
Frei Ruiz-Tagle: modernización sin memoria
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Tensiones graves con las Fuerzas Armadas tras la detención de Pinochet.
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Cuestionamientos sobre probidad y conflictos de interés.
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Derechos humanos relegados.
Michelle Bachelet: luces y sombras
Segundo mandato marcado por:
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Escándalos vinculados a su entorno familiar.
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Reformas complejas sin apoyo suficiente.
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Aprobación histórica a la baja (15–25%).
Gabriel Boric: sin éxitos y lleno de crisis
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Bajísima aprobación desde el inicio.
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Fracasos legislativos.
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Sensación de desorden y corrupción.
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Minoría parlamentaria y falta de conducción clara.
Conclusión
Es entender por qué su figura expresa la crisis terminal de la política chilena.
La pregunta final es directa:
¿Será Chile capaz, esta vez, de construir una alternativa real?
¿O volverá a entregar el poder —por acción u omisión— al mismo orden que tanto daño ha causado?