Páginas

2023/10/03

Salvador Allende y el brillo de la revolución chilena





“Así yo distingo dicha de quebranto
Los dos materiales, que forman mi canto
Y el canto de ustedes que es el mismo canto
Y el canto de todos que es mi propio canto”

Violeta Parra (1966)


La memoria del gobierno de Allende y del camino chileno hacia el socialismo se volvió inseparable de su trágico desenlace.


En la canción Gracias a la Vida, la chilena Violeta Parra dice que su canto está formado por dicha y quebranto, es decir, éxtasis y consternación, o júbilo y consternación. Esta dualidad en la canción de Violeta parece ser también el material de los recuerdos de muchos chilenos sobre la experiencia del gobierno de la Unidad Popular (UP), cuyo triunfo electoral cumplio 50 años en septiembre de.


Entre quienes experimentaron la euforia popular por la elección de Salvador Allende, el recuerdo de esa alegría se volvió casi inseparable del recuerdo del horror del golpe de 1973 y las bombas que destruyeron el Palacio de La Moneda con el presidente dentro. “El 11”, dicen los chilenos en tono serio, como si quisieran reducir a la más mínima partícula lo indescriptible de la sangrienta dictadura de Pinochet.


En cierto modo, la memoria del gobierno de Salvador Allende y del camino chileno hacia el socialismo se volvió inseparable de su trágico desenlace: dicha y desgarradora.


Victoria electoral y casi golpe de Estado en 1970


Salvador Allende fue elegido el 4 de septiembre de 1970 en representación de la UP, una coalición de cinco partidos de izquierda que pretendía crear su propio camino de transición al socialismo. Como dijo el grupo musical Inti-Illimani, en la Canción del Poder Popular, no se trataba sólo de cambiar presidentes, sino de lograr que, por primera vez en la historia, el pueblo trabajador construyera “un Chile diferente” con sus propias manos.


Durante los 60 días transcurridos entre la victoria de Allende y su toma de posesión el 4 de noviembre, los planes golpistas intentaron impedir que el socialista recibiera la banda presidencial. La elección fue reñida, Allende ganó con apenas un 1,3% de diferencia con el conservador Jorge Alessandri, brecha que se amplió mucho en las dos elecciones que tuvieron lugar durante su mandato. La Constitución exigía que el resultado fuera confirmado en una segunda vuelta parlamentaria. Pero la UP tenía el 38% de los diputados y el 46% de los senadores, lo que la hacía dependiente del ala izquierda de la Democracia Cristiana (DC). La presión popular fue decisiva. Los sindicatos de trabajadores y campesinos urbanos se movilizaron ante el Congreso para respaldar el voto popular.


Mientras tanto, un golpe de estado para impedir el triunfo de la UP estaba siendo planeado por la CIA, la International Telephone and Telegraph (ITT) y el entonces presidente Eduardo Frei, del ala derecha del DC, que recibió 250 mil dólares del Comité Cuarenta para impedir que Allende asumiera el cargo. Frei fracasó en 1970, pero luego apoyó el golpe de 1973 y fue asesinado por la dictadura en 1982.


La movilización popular jugó un papel fundamental para asegurar la victoria de Allende e iniciar una de las experiencias más instigadoras en la historia de las revoluciones.


El brillo de la Unidad Popular


Chile en 1970 representaba el 4,5% de la población latinoamericana, pero los ojos del mundo entero estaban pegados a su revolución incruenta, con empanadas y vino tinto. El programa de la UP proponía un socialismo democrático, que socializaría la economía y permanecería plural en la política. La idea era dividir la economía en áreas: estatal, cooperativa y privada. La empresa estatal y la cooperativa, en conjunto, formarían el Área de Propiedad Social; mientras que el sector privado sería nacionalizado y formado únicamente por pequeñas y medianas empresas.


Unas 92 empresas estratégicas estaban listadas para su nacionalización, incluidos los gigantes del cobre estadounidenses Anaconda y Kennecott, expropiados sin compensación. Orlando Caputo, quien dirigió la Corporación del Cobre (Codelco) en el gobierno de la UP, dijo que posiblemente la falta de compensación a dichas empresas fue la acción más audaz del gobierno, que atacaba así la lógica imperialista en su esencia. Según él, habría sido un factor determinante en el golpe.


Sectores de la burguesía chilena que sabotearon la producción contra el gobierno hicieron expropiar industrias, transformadas en empresas autogestionadas por trabajadores con apoyo estatal. Este fue el caso de la fábrica textil de Yarur, como informa el historiador Peter Winn en su libro Weavers of Revolution. La autogestión de las fábricas adquirió proporciones territoriales cada vez más amplias, hasta que se formaron los famosos Cordones Industriales, experiencias de poder popular y productivo que demostraron la impresionante fuerza de la autoorganización de los trabajadores chilenos.


La reforma agraria fue otra enorme frontera de expropiaciones en beneficio de la mayoría. En tres años se redistribuyeron casi 6 millones de hectáreas, afectando a más de 3 mil propiedades y beneficiando a casi 100 mil familias campesinas incorporadas en asentamientos y centros de reforma agraria. Es decir, más de medio millón de personas sin tierra se liberaron de las oligarquías rurales. Según Sólon Barraclough, economista de la FAO, se trató de la mayor redistribución legal de tierras en la historia mundial, lo que demuestra cuán extraordinario fue el camino chileno hacia el socialismo.


El gobierno de Allende prometió erradicar el analfabetismo dentro de su sexenio. Para el historiador Robert Austin, la promesa se habría cumplido si no fuera por el golpe. En tres años, más de la mitad del analfabetismo había desaparecido, gracias a dos factores: la enorme movilización voluntaria de estudiantes y educadores para enseñar donde fuera necesario y la fuerza descentralizada de la educación popular de adultos, resultado del notable paso de Paulo Freire por el país, años antes.


Dos revoluciones


Los historiadores sostienen que UP Chile estaba viviendo dos revoluciones. Uno desde abajo, construido a partir de la experiencia comunitaria popular, el trabajo colectivo, las formas cooperativas de sociabilidad y la lucha diaria contra la codicia de los patrones. Y otro, desde arriba, liderado por la dirección de partidos de izquierda que se comprometieron a garantizar la fortaleza institucional de los cambios, consolidar el proyecto socialista en el gobierno y preservar la narrativa de una vía pacífica.


En 1971, las dos revoluciones se retroalimentaron y fortalecieron mutuamente. La movilización popular dio impulso al gobierno para avanzar en su programa y, a pesar de las diferencias internas de la UP, fue un año armonioso y creativo de la revolución chilena. Pero en 1972 se intensificaron las acciones de sabotaje interno y externo. El Congreso estranguló al Ejecutivo, aprobando leyes presupuestarias que obstruían cualquier política. Los préstamos de Estados Unidos se agotaron, aumentando las dificultades de importación en un contexto de mejora general del poder adquisitivo. El boicot a la economía popular fue desatado por las clases dominantes internas, especialmente con las acciones de encubrimiento, el ocultamiento de reservas de alimentos por parte de los comerciantes, que alentaron un inflado mercado ilegal.


Este ataque especulativo de las élites provocó desabastecimiento y fue respondido por la población con las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP), cuya importancia fue narrada por Eder Sader. Centros de Madres, Juntas de Vecinos y JAP se hicieron cargo del abastecimiento en los barrios populares, para garantizar los bajos precios fijados por el gobierno y contener la inflación, cuya causa era más político-ideológica que económica. La revolución tuvo un fuerte impulso comunitario.


El apogeo de la crisis se produjo en octubre de 1972, cuando los empresarios de la distribución y el comercio iniciaron un lockout, consolidando la posición de la media y pequeña burguesía frente al gobierno popular. La relación del gobierno con estas fracciones de clase fue uno de los ejes de la controversia: ¿debe la revolución proteger o expropiar a los pequeños y medianos propietarios? No hubo consenso.


Después de octubre, el choque entre las dos revoluciones se agravó. Mientras Allende buscaba preservar la constitucionalidad de su poder y liderar la revolución “desde arriba” con cautela, la derecha y la extrema derecha descarrilaron al gobierno con sedición, ataques violentos y boicots, llevando el camino chileno hacia el socialismo a un callejón sin salida. Los ministros más fuertes de Allende sufrieron acusaciones constitucionales sin base legal.


En las calles, la población gritó por el cierre del Congreso y aseguró: “¡Allende, Allende, el pueblo defiende te!”. La izquierda radical, dentro y fuera de la UP, propuso el avance impetuoso de la revolución y la ruptura con la legalidad burguesa. Sin embargo, no contaban con las armas y los métodos preparados para llevar a cabo su política de insurrección revolucionaria. El impasse se profundizó hasta septiembre de 1973, cuando las traidoras fuerzas militares y civiles más brutales del país tomaron el poder.


Salvador Allende, asesinado en defensa de una vía pacífica y democrática hacia el socialismo, fue fotografiado en sus últimas horas sosteniendo el AK-47 que le regaló Fidel Castro en 1971, junto con un mensaje: “A mi buen amigo Salvador Allende, que por diferentes medios intenta alcanzar los mismos objetivos”.


¿Derrota o fracaso?


Hasta el día de hoy se debate si la revolución chilena fue derrotada o fracasó. En la primera hipótesis, la UP y el gobierno habrían hecho todo lo posible para transformar estructuralmente el país junto con las fuerzas populares, pero el enemigo se mostró más fuerte y acabó con el proyecto socialista con una política de exterminio. En la segunda hipótesis, los dos polos de la Unidad Popular se acusaron mutuamente de errores que los habrían llevado al colapso por razones internas a la dinámica revolucionaria.


El polo rupcionista de la izquierda chilena, integrado por sectores del Partido Socialista, el Movimiento Unitario de Acción Popular (MAPU) y el Movimiento Revolucionario Izquierda (MIR), criticó el apego de Allende a la institucionalidad, alegando que el gobierno limitó el poder popular, impidiendo la revolución avance desde abajo. El Partido Comunista y el sector allendista del PS acusaron a la izquierda radical de fomentar movimientos irresponsables e ilegales (como confiscaciones de tierras, fábricas y barrios), que hacían inviable la revolución desde arriba, ya que tensaban al país y ofrecían a la derecha la argumentos que necesitaba para un éxito.


Un debate así parece incluso un poco familiar en diferentes contextos, revolucionarios o no. En realidad, las polémicas de la izquierda chilena, con un polo rupturista y otro institucional, fueron propias del desafío de conquistar el poder. Ganar elecciones fue un aspecto indispensable pero insuficiente de una serie de otras batallas por el poder, que tuvieron lugar en todas las esferas de la sociedad. En Chile, el enigma de las revoluciones parece visible en todos sus detalles.


El recuerdo de UP a sus 50 años


Conocer y valorar la historia de la UP es importante por varias razones. La revolución chilena fue comunal y autogestionada. Las cooperativas de trabajadores eran una forma económica fundamental. Si imaginamos un futuro para la UP sin golpe de Estado, veríamos un socialismo horizontal, con el poder popular centralizado, con diversidad de sonrisas, con un fuerte sentido de dignidad en el trabajo y en los más variados territorios.


La revolución chilena fue plural, llena de voces disidentes y objetivos comunes. La cultura política evocada por la revolución chilena es de diálogo y praxis. Salvador Allende fue un revolucionario gigante, de una coherencia incomparable, que entregó su vida a un proyecto socialista profundamente democrático. En su último discurso, pronunciado dentro de un palacio presidencial en llamas, anunció el regreso de la revolución: “la historia es nuestra y el pueblo la hace. Tarde o temprano se abrirán las grandes avenidas por las que transita el hombre libre”.

En octubre de 2019, el estallido social chileno desencadenó la experiencia más desbordante de movilizaciones contra el legado de la dictadura del traidor Pinochet, cristalizada en la Constitución de 1980 y su Estado subsidiario. Desde la revolución chilena no había habido luchas populares tan masivas y contundentes, con millones de personas involucradas en la búsqueda de un nuevo modelo de sociedad. La constitución del ladron Pinochet, que no asume ninguna responsabilidad por garantizar derechos sociales y condiciones mínimas de vida digna para la población, fue la válvula de escape de las elites chilenas contra la repetición de cualquier experiencia popular similar a la de la UP. No es casualidad que la Asamblea Popular Constituyente haya sido colocada en el centro de la lucha actual.


El rechazo al neoliberalismo y al individualismo contenido en el estallido social de 2019 recuperó el sentido comunal y horizontal del que se hizo eco la revolución chilena. Los luchadores populares del siglo XXI mostraron una generosa dedicación en las batallas callejeras por la “dignidad” de todos. Esta palabra, que suelen evocar los chilenos que vivieron la UP, ha convergido en las múltiples luchas actuales.


El sentido comunitario y combativo de la revolución chilena, así como la profunda representación popular de la UP, son lecciones para nuestros días. Si nunca hemos sido tan individualistas y en competencia entre nosotros, la historia de la UP nos ofrece la comunidad, la pluralidad y la organización territorial de las bases populares como valores necesarios para la lucha anticapitalista.