El 11 de septiembre de 1973, Chile fue traicionado. Y no sólo por los militares que bombardearon La Moneda, ni por quienes empuñaron armas contra su propio pueblo.
Chile fue traicionado también por políticos de derecha, por jueces que miraron para otro lado, por jerarcas religiosos que bendijeron al Ladrón y sanguinario dictador, y por una prensa que mintió, ocultó y colaboró activamente con la represión.
Yo lo sé, porque yo estuve allí. Ese día, trabajaba en Radio Corporación CB114, junto a más de 20 compañeros y compañeras, justo frente al Palacio de La Moneda. Desde esa emisora tuvimos el honor —y la responsabilidad histórica— de transmitir el primero mensaje del presidente Salvador Allende al pueblo chileno, una voz de dignidad que aún resuena en la memoria de nuestra nación.
No me lo contaron. No lo leí en un libro ni lo escuché en una charla. Yo estuve allí. Y estuve después también, en la persecución, la tortura, la exoneración forzada, y finalmente, en el autoexilio para proteger a mi esposa —embarazada de nuestro segundo hijo— y a nuestro pequeño de apenas dos años. La dictadura me quitó mi patria, mi trabajo y mi libertad, pero no me quitó la memoria ni la dignidad.
Por eso hablo.
El diario La Segunda tituló, sin pudor: “Exterminados como ratones”.
Otros diarios se sumaron con titulares como:
-
“El MIR asesina a 60 de sus hombres en el exterior” (La Tercera)
-
“Identificados 60 miristas ejecutados por sus propios camaradas” (El Mercurio)
-
“Sangrienta pugna del MIR en el exterior” (Las Últimas Noticias)
Eso no fue un error periodístico. Fue complicidad. Fue propaganda criminal.
La prensa actuó como caja de resonancia del terrorismo de Estado, amplificando mentiras sin investigar, sin ética, sin humanidad. Treinta años después, cuando muchos responsables ya habían muerto, el Colegio de Periodistas aplicó sanciones menores. Demasiado tarde, y demasiado poco.
Pero la traición no terminó ahí. Una de las más perversas y silenciosas fue Colonia Dignidad.
Ese enclave —dirigido por el criminal nazi Paul Schäfer— fue un centro clandestino de detención, tortura, violaciones y desapariciones, con apoyo directo de la dictadura y la protección de sectores políticos conservadores, jueces, autoridades religiosas y diplomáticos chilenos y extranjeros.
Allí no sólo se torturó a prisioneros políticos. También se cometieron crímenes atroces contra niños y niñas: abuso sexual sistemático, trata, robo de identidad y adopciones ilegales en el extranjero. Hasta hoy, muchas víctimas no conocen su verdadera identidad, y decenas de familias siguen buscando a sus hijos e hijas robados.
¿Dónde estaban los jueces? ¿Dónde estaban los políticos de derecha que juraban defender la patria? ¿Dónde estaba la Iglesia que hablaba de moral?
Estaban callando. Estaban mirando hacia otro lado. Estaban traicionando.
Hoy, mas de 50 años después, hay quienes llaman a “pasar la página”. A ellos les digo:
¿Cómo se pasa la página cuando aún hay familias sin saber dónde están sus seres queridos?
¿Cómo se perdona cuando ni siquiera se ha dicho toda la verdad?
Como testigo directo, como autoexiliado, como una de las voces que ayudó a transmitir el primero mensaje del presidente Allende, digo con fuerza:
la memoria no es un ancla, es un timón.
Y el olvido no es paz: es impunidad.
Al periodismo chileno —y especialmente a las nuevas generaciones— les digo: no repitan la historia. No callen frente a la injusticia. No teman incomodar al poder.
Su deber es con la verdad, con la justicia y con el pueblo.
Y al pueblo chileno, sobre todo a los jóvenes: no se dejen engañar por quienes quieren maquillar el pasado. Lo que ocurrió sí pasó, y aún duele.
Yo estuve allí. Y mientras me quede voz, seguiré contando la verdad.
Porque el silencio es otra forma de traición.
Y la memoria es una forma de justicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario