Por: Rodolfo Varela
La Revolución Cubana, iniciada en 1959, prometió un futuro de justicia social, igualdad y dignidad para su pueblo. Sin embargo, más de seis décadas después, lo que queda es un país sumido en una de las peores crisis económicas y sociales de su historia. Según estimaciones de 2024, el 89% de la población vive en extrema pobreza, una cifra brutal que desmiente el discurso triunfalista de aquellos que aún insisten en presentar a Cuba como un modelo de éxito.
Lo más indignante no es solo la realidad cubana, sino la hipocresía de muchos gobiernos y movimientos de izquierda en América Latina y el mundo, que aplauden “los logros de la Revolución” mientras cierran los ojos frente a la miseria cotidiana que sufren millones de cubanos. Hablan de democracia, derechos humanos, justicia social y combate a la pobreza, pero guardan un silencio cómplice ante la tragedia humanitaria en la isla.
Una crisis estructural
La economía cubana enfrenta problemas profundos: mercados poco desarrollados, ausencia de competencia en las empresas estatales, precios desalineados y una falta crónica de productividad. Todo ello limita el acceso de la población a bienes y servicios esenciales.
Escasez y mercado negro
El día a día de los cubanos está marcado por colas interminables para conseguir alimentos, medicinas y productos básicos, cuando logran encontrarlos. La escasez generalizada ha dado origen a un mercado negro donde los precios son inaccesibles y la calidad incierta.
Desigualdad y abandono social
Lejos de la promesa de igualdad, la pobreza y la desigualdad social han aumentado. El régimen ha priorizado inversiones en sectores como el turismo, mientras descuida áreas fundamentales como la producción de alimentos y la atención médica.
El lujo de los dirigentes y la concentración de la riqueza
La desigualdad es tan grande que resulta insultante: mientras el pueblo vive con hambre y carencias, los dirigentes que predican igualdad y critican la pobreza ostentan una vida de millonarios, blindados por privilegios y lujos.
En Cuba, el tema de la concentración de la riqueza entre los líderes políticos y el uso de los recursos naturales es complejo y, por miedo, casi imposible de documentar con precisión. Sin embargo, se sabe que la economía del país se sostiene en recursos como el níquel, el cobalto, el tabaco y el turismo, este último convertido en un negocio vergonzosamente desigual, reservado a unos pocos.
La apertura económica limitada a la empresa privada ha generado una nueva élite adinerada, profundizando aún más la desigualdad social. Esa no es la izquierda verdadera: es una caricatura corrupta de lo que debería ser el compromiso con la justicia social.
La mentira del embargo
Y frente a cualquier crítica, el régimen y sus defensores siempre se refugian en la misma excusa: “la culpa es de Estados Unidos”. Pero esa narrativa ya no convence. El embargo no explica la corrupción interna, la falta de reformas, el desprecio por el pueblo ni la represión contra quienes se atreven a reclamar libertad y dignidad.
Consecuencias humanas
La pobreza extrema en Cuba no es un concepto abstracto:
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Millones de familias no tienen garantizadas tres comidas diarias.
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El acceso a medicamentos esenciales es prácticamente inexistente.
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La vivienda digna es un lujo inalcanzable.
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Miles de cubanos emigran desesperadamente en busca de oportunidades mínimas para sobrevivir.
El mito derrumbado
Hablar de derechos humanos, democracia y justicia social mientras se aplaude a un régimen que condena a su pueblo al hambre y la desesperanza es, en el mejor de los casos, una contradicción; en el peor, una complicidad inmoral.
La izquierda que calla frente a la tragedia cubana debería recordar que la verdadera democracia no se mide por discursos ni consignas, sino por la capacidad de garantizar pan, salud, educación y dignidad a su pueblo.
La revolución prometió un paraíso, pero lo que ha dejado es una isla de carencias. Y mientras tanto, los que pregonan la justicia social desde los púlpitos de la ideología siguen justificando lo injustificable.