Por Rodolfo Varela
Santiago, Chile – La reciente resolución del Séptimo Juzgado Civil de Santiago representa un paso decisivo en la larga y dolorosa lucha por la justicia en Chile.

El fallo que obliga a los herederos del dictador Augusto Pinochet a devolver más de 16 millones de dólares malversados del Estado chileno es más que un simple acto jurídico: es un grito de dignidad, una señal de que la historia no se puede sepultar con el silencio ni con la impunidad.
Durante décadas, las víctimas del régimen cívico-militar han esperado justicia no solo por las brutales violaciones a los derechos humanos, sino también por el saqueo sistemático de los recursos públicos. La figura de Pinochet no solo encarna el autoritarismo sangriento, sino también la corrupción obscena. Fue un traidor que se enriqueció mientras asesinaba, torturaba y desaparecía a compatriotas. Y, sin embargo, hasta hoy, hay quienes siguen justificando su accionar.
La impunidad en la cultura y los medios
Uno de los aspectos más dolorosos —y a menudo silenciados— de la dictadura fue la traición dentro del mundo artístico y cultural. Actores, cantantes, locutores de radio y televisión colaboraron activamente con el régimen, delatando colegas, justificando crímenes y prestando sus voces al aparato propagandístico de la dictadura.
Lo más indignante es que hubo artistas sin talento ni trayectoria, que jamás lograron éxito genuino en sus carreras, y que se pusieron al servicio de la dictadura organizando y animando fiestas privadas para los altos mandos militares, a cambio de favores y privilegios. Mientras el pueblo era reprimido, torturado o forzado al exilio, estas personas enriquecieron su patrimonio cantando en salones de sangre y brindando con los verdugos. Hoy, muchas de ellas viven como millonarias, gozan de prestigio mediático y fingen haber estado "al margen" de los horrores.
¿Hasta cuándo?
Muchos de esos personajes, increíblemente, siguen activos en los medios de comunicación, algunos incluso se autodenominan orgullosamente “pinochetistas”, sin que exista una reacción institucional ni del Estado ni de los canales que los emplean. ¿Cómo es posible que, en un país que busca sanar sus heridas, se tolere la presencia de quienes fueron cómplices de un régimen que robó, mató y torturó?
Es un insulto a la memoria de los que ya no están, y una burla para quienes lucharon —y aún luchan— por un Chile más justo. No puede haber verdadera reconciliación sin memoria, y no puede haber memoria si seguimos premiando el silencio y la complicidad.

El fallo como símbolo de esperanza
La decisión judicial no solo exige una reparación económica por el daño al Estado, sino que también reafirma la responsabilidad moral que recae sobre quienes se beneficiaron —y aún hoy se benefician— del botín de la dictadura. Porque no basta con señalar a Pinochet. Es necesario que la justicia llegue también a sus cómplices: militares de alto rango, políticos que medraron del régimen, empresarios inescrupulosos, religiosos que bendecían los crímenes, artistas oportunistas, comunicadores serviles y miembros del Poder Judicial que miraron para otro lado.
Un país en deuda con su memoria
Chile está en deuda. Está en deuda con sus desaparecidos, con las madres que murieron sin saber dónde estaban sus hijos, con los niños que crecieron sin padres, con los exiliados que jamás volvieron a su tierra. Este fallo es un pequeño gesto de reparación, pero debe ser solo el comienzo.
No se puede construir un país verdaderamente democrático y justo sin desmontar las estructuras de poder que la dictadura dejó como herencia. La corrupción, el clasismo, la represión encubierta, la desigualdad social… todo eso tiene raíces en el modelo impuesto a sangre y fuego.
Una luz al final del túnel
Pero hay esperanza. Porque mientras la justicia avance, aunque sea lentamente, el futuro puede ser distinto. Ver que los tribunales reconocen el dolo, el robo y la inmoralidad del régimen pinochetista abre una ventana hacia un Chile más honesto, más transparente y, sobre todo, más solidario. Un Chile verdaderamente nuestro.
Este fallo no borra el dolor, pero lo honra. Y nos recuerda que, por más que intenten negarlo, la verdad siempre encuentra su camino. Y con ella, la justicia.
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