En la memoria política de Chile, el Tanquetazo, ocurrido el 21 de junio de 1973, marca el primer gran intento de quebrar el orden constitucional mediante la fuerza militar contra el gobierno democrático de Salvador Allende. Un hecho que, a diferencia de otras expresiones sociales, no admite matices: fue un golpe de Estado en marcha, aunque fracasado.
¿Qué fue realmente el Tanquetazo?
No fue protesta, no fue expresión ciudadana. Fue un intento armado de cambiar el poder político por la fuerza, sin participación del pueblo como actor decisivo.
Es importante recordar que en 2019, Chile vivió un estallido social marcado por protestas masivas, disturbios e incluso violencia urbana. Sin embargo, por más que se trató de un episodio crítico y doloroso, no constituyó un intento de golpe de Estado.
Fue la expresión de un pueblo profundamente insatisfecho con desigualdades históricas, no una conspiración militar para derrocar a un presidente electo.
Llamar “golpe de Estado” a toda forma de protesta —por violenta que sea— es confundir categorías políticas esenciales y, lo que es peor, desvirtuar hechos históricos innegables como el Tanquetazo.
El Tanquetazo dejó claro que un golpe implica planificación militar, uso de armas, ocupación de puntos estratégicos y ruptura deliberada del orden constitucional.
Una protesta, incluso con violencia, sigue siendo una expresión social, no un acto de sedición militar.
La lección del Tanquetazo es clara: sin armas, sin mando militar insurrecto y sin plan de ruptura institucional, no hay golpe de Estado. Lo demás es manipulación política disfrazada de interpretación judicial.
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