Por Rodolfo Varela
La frase “los políticos fueron criados por el pueblo” parece, a primera vista, un recordatorio poderoso del principio democrático: en teoría, los representantes son elegidos para servir a quienes los votaron. Sin embargo, cuando la miramos con atención, también revela una amarga contradicción: el pueblo entrega poder para, demasiadas veces, ser traicionado por aquellos a quienes confía su destino.
Elección popular: el voto como ilusión de poder
En democracia, el voto es el instrumento mediante el cual los ciudadanos eligen a sus representantes. Pero lo que debería ser un acto de soberanía, en muchos países se ha convertido en un ritual vacío. El ciudadano vota, se ilusiona y después asiste impotente al espectáculo de políticos que trabajan más por sus propios intereses que por el bien común.
Representación política: de la promesa al beneficio propio
Los políticos deberían encarnar la voz de sus electores, transformar necesidades en políticas públicas y representar la diversidad de la sociedad. La realidad, sin embargo, es otra: corrupción, acuerdos de pasillo, favores a grupos de poder y leyes que rara vez reflejan los verdaderos problemas de la gente. Así, la representación se transforma en simulacro y el interés público queda subordinado al interés privado.
Rendición de cuentas: el olvido del pueblo
La democracia establece mecanismos para exigir responsabilidad: elecciones periódicas, fiscalización, incluso la revocación de mandato en algunos países. Pero estos mecanismos son frágiles si el pueblo olvida su poder. Y eso ocurre a menudo: la ciudadanía, mal informada y desencantada, deja de fiscalizar a quienes gobiernan en su nombre. El resultado: políticos que actúan con impunidad, sabiendo que rara vez serán castigados.
El poder judicial: la “dictadura de los jueces”
Un aspecto poco discutido es que los mismos políticos, elegidos por el pueblo, son quienes designan a los jueces de las cortes supremas. Estas autoridades judiciales nunca reciben un voto ciudadano, pero gozan de un poder absoluto que puede marcar el destino de un país. En muchos lugares de Sudamérica, esta práctica ha derivado en una verdadera dictadura judicial: cortes que actúan en beneficio de intereses políticos y económicos, blindando a los poderosos y castigando selectivamente a los opositores. Así, el pueblo entrega un poder que nunca podrá controlar.
Medios de comunicación: concesiones al servicio del poder
Otro frente de control son los medios de comunicación. Los gobiernos y políticos de turno otorgan concesiones a grupos empresariales que, a cambio, devuelven favores con información parcial, manipulada o directamente falsa. La prensa, que debería fiscalizar y servir como contrapeso, muchas veces se convierte en cómplice de la mentira, contribuyendo a desinformar al pueblo y reforzar los intereses de las élites.
Participación ciudadana: la gran ausente
La democracia no se limita a votar cada cuatro años. Exige participación, debate, fiscalización y protesta. Sin embargo, buena parte del pueblo se acomoda en la indiferencia, preocupado solo por su bienestar inmediato. Ese vacío lo ocupan los políticos, que acumulan poder sin contrapesos y, poco a poco, olvidan que fueron elegidos para servir, no para servirse.
Partidos políticos: guardianes de privilegios
En teoría, los partidos organizan la participación, canalizan demandas sociales y forman líderes comprometidos con la ciudadanía. En la práctica, muchos se han convertido en maquinarias de poder al servicio de élites internas y de los políticos de turno. Así, en lugar de ser puentes entre pueblo y Estado, terminan siendo muros que impiden la verdadera representación.
¿Quién cría a quién?
La frase “los políticos fueron criados por el pueblo” debería recordarnos que el poder emana de los ciudadanos. Pero en la realidad, parece que es el pueblo el que, una y otra vez, es domesticado por políticos, jueces y medios que se aprovechan de su confianza y de su silencio.
En conclusión, el pueblo entrega el poder con la esperanza de ser representado, pero muchas veces lo que recibe es engaño y perjuicio. La paradoja es evidente: los políticos existen gracias al pueblo, pero el pueblo termina siendo la víctima de aquellos a quienes dio vida política. Y mientras el ciudadano no recupere su rol activo, seguirá criando a quienes terminan dominándolo.
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