Por: Rodolfo Varela
Durante décadas, a los medios de comunicación se les llamó el “quinto poder”. Esta expresión surgió para reconocer su capacidad de fiscalizar a los otros poderes del Estado —ejecutivo, legislativo y judicial— y a la iglesia, defendiendo el interés público con independencia, ética y verdad.

Pero hoy, esa función parece desvirtuada. La prensa que antes informaba con objetividad ha cedido ante la presión de intereses partidistas y económicos. Medios que antes eran guardianes de la democracia se han transformado en vitrinas de propaganda política, deformando la realidad, manipulando la opinión pública y manteniendo al pueblo en la ignorancia.
Cuando la información se convierte en arma
Lo más grave es que muchos medios ya no buscan informar, sino formatear el pensamiento de las audiencias según una agenda ideológica. Las líneas editoriales están subordinadas al financiamiento o al poder político de turno. Se ha perdido el equilibrio, la pluralidad y el deber más sagrado del periodismo: decir la verdad sin colores.
Y sin verdad, no hay democracia posible. El pueblo desinformado se vuelve presa fácil de los discursos vacíos, las promesas falsas y los regímenes autoritarios que dicen actuar en nombre del bien común.
La palabra mágica "democracia": una máscara de engaño
Tanto la derecha como la izquierda han usado la palabra “democracia” como una etiqueta vacía para justificar sus intereses, aunque actúen en contradicción directa con sus principios.

La derecha y el autoritarismo bajo promesa de orden
La historia reciente de América Latina nos muestra que cuando la derecha ve amenazado su poder, recurren al miedo, la violencia y la represión. Prometen libertad, pero responden con golpes de Estado, censura, tortura y desapariciones. Durante las dictaduras militares en Chile, Argentina y Brasil, se secuestraron y vendieron incluso niños y niñas a familias extranjeras. Luego, lavaron sus manos culpando a la izquierda de lo ocurrido.
Y lo más preocupante: muchos medios jugaron un papel cómplice.
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En Chile, El Mercurio apoyó el golpe de 1973 y ocultó los crímenes de la dictadura de Pinochet.
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En Argentina, diarios como Clarín y La Nación silenciaron las desapariciones y replicaron las versiones oficiales.
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En Brasil, la cadena Globo transmitía desfiles militares como si fueran celebraciones cívicas, validando el régimen autoritario.
La izquierda autoritaria: promesas de igualdad convertidas en represión
Por otro lado, varios gobiernos autodenominados progresistas se han servido del discurso de justicia social para concentrar poder y aplastar disidencias. En lugar de liberar, oprimen. En lugar de empoderar al pueblo, lo esclavizan con populismo, pobreza y miedo.
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En Venezuela, más de 100 medios han sido cerrados. El control absoluto del aparato comunicacional impide cualquier crítica al gobierno de Maduro.
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En Nicaragua, Daniel Ortega ha allanado redacciones, encarcelado periodistas y confiscado el diario La Prensa.
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En Cuba, no hay prensa libre. Quienes la intentan ejercer, como los reporteros de 14ymedio, son perseguidos o forzados al exilio.
Estos gobiernos se llaman a sí mismos democráticos, pero usan el parlamento para aprobar leyes que los benefician, el poder judicial para encarcelar opositores y la religión para justificar el autoritarismo. Al igual que la derecha, también se sirven de la prensa oficialista para propagar su verdad única.
Brasil hoy: descontento creciente, sin ofensas pero con verdad
En la actualidad, Brasil vive un clima de creciente insatisfacción popular, especialmente en los sectores que habían depositado esperanzas en un gobierno más justo, democrático y cercano al pueblo. Si bien el respeto a las instituciones debe ser siempre preservado —especialmente el poder judicial y las autoridades elegidas— no se puede ignorar el malestar ciudadano, visible en las calles, redes sociales y encuestas.
Muchos brasileños sienten que las promesas de cambio del gobierno Lula no se han traducido en mejoras reales para el pueblo, y que el país continúa atrapado en una agenda política lejana a las urgencias del trabajador, del joven sin oportunidades, del anciano con una jubilación insuficiente, del comerciante asfixiado por impuestos.
No se trata de atacar personas, sino de escuchar el grito de una población que se siente traicionada y olvidada. La democracia exige autocrítica, transparencia y coherencia. Y la prensa —como quinto poder— debe reflejar ese sentimiento, sin miedo ni censura.
Políticos honestos, perseguidos por no servir al poder
En medio de este panorama sombrío, existen figuras honestas que han sido castigadas justamente por actuar con ética y compromiso social, sin importar el color de su partido.
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En Brasil, el exjuez y ministro Sergio Moro fue atacado por diversos sectores tras exponer la corrupción en la Operación Lava Jato.
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En Guatemala, la exfiscal Thelma Aldana enfrentó el exilio tras luchar contra redes mafiosas desde el Ministerio Público.
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En Chile, figuras como Alejandro Navarro fueron marginadas por oponerse a pactos internos de poder y defender causas sociales incómodas para la élite política.
La verdadera lucha: no es izquierda ni derecha, es decencia
La batalla de fondo no es ideológica. No se trata de derechas ni izquierdas. La verdadera línea divisoria está entre quienes sirven al pueblo y quienes se sirven del pueblo. Entre quienes usan el poder para transformar y quienes lo usan para enriquecerse, oprimir y mentir.
La prensa, como “quinto poder”, debe recuperar su independencia moral y su misión de servicio público. Debe dejar de ser un arma partidaria para volver a ser un faro de verdad, capaz de fiscalizar con valentía y honestidad.

Hoy más que nunca, necesitamos periodismo sin banderas. Que defienda la verdad, denuncie la corrupción, visibilice a los silenciados y proteja la democracia de todos, no solo de algunos.
Porque sin información libre, no hay libertad. Y sin libertad, no hay democracia.
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