El 11 de septiembre de 1973 no fue un acto de liberación, fue un acto de traición. Ese día, las Fuerzas Armadas chilenas, lideradas por el traidor Augusto Pinochet, bombardearon La Moneda, asesinaron al presidente Salvador Allende y pusieron fin a la democracia, instaurando 17 años de dictadura, terror y corrupción.
La excusa de los golpistas fue que “estaban en guerra”. ¿Guerra contra quién? ¿Contra un pueblo desarmado que solo tenía ollas y palos de escoba? La mentira fue tan grotesca como el horror que vino después: más de 40.000 víctimas de violaciones a los derechos humanos, entre ejecutados, desaparecidos, torturados, encarcelados y exonerados políticos. Niños y niñas fueron abusados, violentados y vendidos a familias extranjeras con complicidad de sectores judiciales, políticos y religiosos.
Yo estaba allí. Trabajaba en Radio Corporación de Santiago junto a más de veinte compañeros cuando fui arrestado y torturado. Ese día comenzó un calvario que duró hasta 1976, cuando debí auto- exiliarme en Brasil para salvar mi vida y la de mi familia.
Pero la vergüenza no terminó con la dictadura. Durante décadas, medios de comunicación corruptos y partidarios han manipulado la memoria nacional, silenciando a las víctimas y protegiendo a los responsables.
Y lo peor: ni los gobiernos de derecha ni los de izquierda han hecho justicia. Han pagado pensiones miserables que ni siquiera alcanzan el 50% de un salario mínimo a víctimas que hoy son, en su mayoría, personas de la tercera edad. Mientras tanto, la clase política se ha dedicado a enriquecerse y blindar sus propios privilegios.
Por eso, el 11 de septiembre no se conmemora. Se recuerda. Se recuerda para gritar que en Chile hubo una dictadura, un genocidio y un asesinato de la democracia. Se recuerda para exigir verdad, reparación y justicia real. Se recuerda para que nunca más un país traicione su propia dignidad.
Chile no puede seguir siendo rehén de una prensa complaciente ni de una clase política indiferente. La memoria de las víctimas merece respeto. La justicia no puede seguir siendo postergada. Y la democracia no puede volver a ser traicionada.
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