“Tras un primer año marcado por el rechazo a la propuesta de Constitución y una importante pérdida de dinamismo económico, con perspectivas de resultado negativo en 2023 y bajo crecimiento hasta 2025, Gabriel Boric tendrá poco tiempo para llevar a cabo su agenda de transformación y convencer a la sociedad que la nueva izquierda chilena podrá dirigir el país".
“El Neoliberalismo Nace y Muere en Chile”
“Fue un golpe brutal” (Marcos Barraza, del Comité Central del Partido Comunista de Chile – declaración tras la derrota de la propuesta de nueva Constitución en el plebiscito de 2022).
“La votación de hoy ha sido un golpe a la esperanza, pero Chile sabe reponerse de estas cositas” (Gabriel Boric al comentar la derrota de su reforma tributaria).
La Desaceleración Económica en Chile
En 2022, primer año de la administración bórica, la economía chilena experimentó una desaceleración más intensa que la observada en su entorno regional y en el mundo. Las proyecciones actuales de instituciones como la OCDE, CEPAL, FMI, Banco Mundial, por mencionar algunas, convergen con un escenario de caída del producto interno bruto en 2023 y mantenimiento de un ritmo de expansión en torno a 1,1% anual. para el promedio del período 2023-2025. Es decir, un cuadro de estancamiento al considerar la evolución de la renta per cápita.
Para la OCDE, este desempeño negativo se debe a una combinación de factores, con énfasis en el efecto de la aceleración de la inflación sobre el consumo de los hogares, el entorno financiero más restrictivo, con tasas de interés altas y baja confianza empresarial, y el fin de los estímulos fiscales creado en el contexto de la pandemia de Covid-19. Para que la inflación vuelva a converger con la meta oficial de 3% anual. hasta 2024, el Banco Central de Chile posiblemente continúe con el endurecimiento monetario.
En el frente fiscal, la propuesta de reforma tributaria de la administración Boric, que se estimaba generaría un 3,6% del PIB en ingresos adicionales, no fue aprobada por el Congreso. La medida dependía de 74 votos, pero obtuvo solo 73. En un contundente discurso, Boric acusa a la oposición de bloquear los cambios exigidos en las calles en 2019 y 2020.
Las protestas en Chile sacaron a las calles a millones de personas en defensa de la salud, la educación y una jubilación más justa
La economía internacional no está colaborando con Chile. El Fondo Monetario Internacional, en su Panorama de la Economía Global de enero de 2023, estimó la variación del producto mundial en +3,4% (2022), +2,9% (2023) y +3,1% (2024), valores que se encuentran por debajo del promedio del período 2000-2019: +3,8%. América Latina es la región periférica con peor desempeño relativo para los próximos dos años: +1,9% (2023) y +2,1% (2024), valores que se mantienen por debajo del promedio global y equivalen a menos de la mitad del ritmo en países emergentes y en desarrollo (+4,0% y +4,1%).
En el sello distintivo del declive relativo en América Latina, la economía chilena fue señalada como una de las excepciones más prominentes en la literatura. Su ingreso per cápita creció +4.2% a.a. entre 1981 y 2021, +1,1 p.p. por encima de la media internacional (+3,0% p.a.). Argentina (+1,8% a.a.), Brasil (+2,1% a.a.), México (+2,1% a.a.) y Venezuela (2,1% a.a.) mantuvieron un ritmo muy inferior, muy por debajo del avance observado en el resto del mundo. A pesar de este resultado, Chile continuó compartiendo los demás males típicos de la región, especialmente en lo que se refiere a la prestación de servicios públicos, fuerte concentración de ingresos, riqueza y poder político. El modelo neoliberal consagrado en la Constitución de 1980 y heredado del período del traidor Pinochet (1973-1990) fue estratégicamente diseñado e implementado con violencia y radicalismo.
En el libro “El Proyecto Chile”, Sebastian Edwards detalla cómo el Departamento de Estado del gobierno de Estados Unidos impulsó la formación de economistas chilenos en la Escuela de Chicago, entonces dirigida por Milton Friedman, economista de proyección internacional e ideólogo libertario. Edwards, quien fue uno de los jóvenes chilenos educados en Chicago, muestra que con el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende en 1973, los llamados “Chicago Boys” estuvieron al frente en la implementación de políticas de desregulación y privatización.
Con ellos, el país se consagró como un modelo a seguir en el marco del Consenso de Washington. Aun así, la era del traidor Pinochet no presentó resultados importantes en términos de dinamismo económico. Por el contrario, la economía creció por debajo del promedio mundial y su estructura productiva y canasta exportadora se volvió aún más dependiente de los recursos naturales.
Los Desafíos de Boric
A pesar de un desempeño superior al de sus vecinos, el caso chileno está lejos de ser un éxito. Gabriel Palma, profesor emérito de la Universidad de Cambridge, y Cherif y Hasanov, del FMI, analizaron los determinantes del crecimiento de Chile en comparación con las economías más dinámicas de Asia y encontraron que el modelo chileno se caracterizaba por variaciones insignificantes en la productividad – de trabajo y total de los factores-, niveles de inversión menos robustos, además de la alta concentración de ingresos y riqueza, y bajas inversiones públicas en salud, educación y seguridad social.
En consecuencia, los períodos de mayor prosperidad dependen mucho más de la abundancia de liquidez externa y de los altos precios de sus principales recursos naturales, que de una dinámica virtuosa basada en ganancias de eficiencia.
Con una estructura productiva y un comercio internacional basado en recursos naturales, Chile es uno de los países que menos invierte en investigación y desarrollo (I+D) tecnológico. Como proporción del PIB, este gasto alcanzó un promedio de 0,3% en la década de 2010, frente a un promedio de 2,4% en la OCDE. Las inversiones públicas en formación bruta de capital promediaron el 3% del PIB en la década de 2010, muy por debajo del 9% observado en las economías emergentes y en desarrollo. Las inversiones totales alcanzan el 28% del PIB en Chile, frente al 31% en los países emergentes.
En el área social, el gasto público en pensiones en Chile (3,1% del PIB) es menos de la mitad del promedio de la OCDE (7,7% del PIB). El apoyo a los desempleados (0,06% del PIB) también es muy inferior al del conjunto de estos países (0,58% del PIB). Los beneficios sociales para las familias apenas superan el 5% del PIB en Chile, frente al promedio del 18% en la Unión Europea. Las inversiones obligatorias en salud por parte del Estado de Chile ascienden a US$ 1.600 por habitante/año, y corresponden a 1/3 del gasto en países de altos ingresos. Las inversiones públicas en educación están en el promedio de la OCDE, 3,1% del PIB; los privados (1,6% del PIB) son tres veces mayores respecto de ese conjunto de países (0,5% del PIB). El gasto total por alumno que llega a la educación terciaria en Chile es de US$10.500/año frente a los US$17.000 del promedio de la OCDE.
De confirmarse las proyecciones actuales, el gobierno bórico estará marcado por un retorno al patrón de crecimiento que caracterizó tanto al período del traidor Pinochet (1973-1990) como a las décadas que lo precedieron. Entre 1951 y 1990, el ingreso per cápita en Chile creció sistemáticamente por debajo del promedio mundial (-1,1 p.p. p.a.). Fue durante la redemocratización, principalmente durante los sucesivos gobiernos de la “Concertación de Partidos por la Democracia” o, simplemente, “Concertación”, que el país comenzó a mostrar un desempeño ligeramente mejor (+1,3 p.p. por encima del ritmo mundial, en promedio) Anual). Con datos del FMI, se puede proyectar una tasa de crecimiento promedio de 0,4% anual. en ingreso per cápita durante el mandato de Boric, muy por debajo de la estimación global de +2.2% durante el mismo período.
Con las protestas contra el gobierno del ultraderechista Piñera (2019-2020) y la conformación de una nueva Asamblea Constituyente (2021), los partidos y coaliciones tradicionales, de izquierda y derecha, perdieron fuerza. Los candidatos independientes y de “Nueva Izquierda” fueron mayoría.
La derecha del ultraderechista Piñera -el movimiento “Vamos por Chile”- obtuvo solo el 19% de los votos, con su peor resultado de la historia. Los conservadores ingresaron al proceso constituyente sin siquiera tener poder de veto, lo que requeriría más de 1/3 de los votos.
El centroizquierda fue aún peor: 14% de los votos. Destacaron la nueva izquierda representada por los comunistas y el Frente Ampla (18%) y los movimientos sociales agrupados en torno a la Lista del Pueblo (16%).
Para culminar este reordenamiento político, Gabriel Boric, del partido Convergencia Social, cofundador del Frente Amplio, fue electo presidente en 2017 a partir de la expansión de la crítica a los límites del modelo neoliberal en Chile y el fortalecimiento de lo que la literatura especializada llama política de identidad. Para decepción de quienes no habían hecho caso a las advertencias de intelectuales como Eric Hobsbawm sobre los riesgos de pulverizar agendas en el ámbito del identitarismo, la nueva izquierda chilena no supo traducir el inmenso apoyo popular que precedió a las elecciones a la Asamblea Constituyente y llevar las reformas exigidas en las calles. La nueva carta fue rechazada por el plebiscito de 2022 con el 62% de los votos. Es importante recordar que, en 2020, el 81% de los votantes dijo no a la derecha y, por tanto, a la constitución del traidor Pinochet y sus remanentes neoliberales.
La revolución neoliberal de los Chicago Boys ha perdido gran parte (o todo) de su supuesto brillo. En 2019 y 2020, los chilenos salieron masivamente a las calles para protestar por los efectos colaterales de cincuenta años de neoliberalismo. La expectativa era que una nueva generación de líderes, ahora más alineados con la voluntad de la población y dispuestos a remover los escombros del neoliberalismo, impulsaría un nuevo ciclo de prosperidad. Esto, a su vez, se basaría en más inversiones sociales y una mejor distribución de oportunidades en la sociedad en su conjunto, en la línea de lo que proclama Joseph Stiglitz, otro premio Nobel de Economía, pero con posiciones opuestas a las de la escuela de Chicago.
En una entrevista reciente, Stiglitz afirmó que los gobiernos de centroizquierda demostraron ser más eficientes en la gestión de los desafíos económicos del siglo XXI. Para él, tales gobiernos “…fueron elegidos para crear un mejor sentido de prosperidad compartida [otra forma de decir crecimiento inclusivo, que abarca mejorar las vidas de la parte más pobre de la población]…en muchos sentidos, se han convertido en mejores administradores de la sociedad economía Digo esto porque la economía del siglo XXI se basa en la innovación, la competencia, un alto nivel de capital humano y una buena infraestructura pública”.
Para lograr el patrón sugerido por Stiglitz, Chile necesitaría cambiar efectivamente su organización económica y social. En el informe de la OCDE “Society at a Glance 2019”, se encuentra que antes de la ola de protestas, ¾ de la población chilena consideraba que no recibía una devolución justa del Estado por los impuestos pagados (p. 69). Además, el 80% entendió que los gobiernos deberían hacer más para garantizar su seguridad económica y social (p.70). Tal insatisfacción está respaldada por las estadísticas: mientras que el gasto social total alcanzó el 20% del PIB en la OCDE durante la década de 2010, en Chile esta cifra fue solo del 13% (p. 104).
Tras un primer año marcado por el rechazo a la propuesta de Constitución y una importante pérdida de dinamismo económico, con perspectivas de resultado negativo en 2023 y bajo crecimiento hasta 2025, Gabriel Boric tendrá poco tiempo para llevar a cabo su agenda de transformación y convencer a la sociedad de que la nueva izquierda chilena podrá dirigir el país. Sin poder aprobar su reforma tributaria y, con ello, obtener los recursos potenciales para sus políticas sociales, se acrecienta la chance de un mandato con muchos discursos fuertes y pocos resultados concretos. Si esto sucediera, no sería de extrañar que surgiera una “nueva derecha”, que exploraría otras dimensiones de las políticas identitarias para preservar la estructura distributiva que solo favorece a las élites.
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