Por Rodolfo Varela
Ver el debate presidencial en Chile fue como revivir una vieja película que ya todos conocemos: las mismas caras, los mismos discursos, las mismas promesas que jamás se cumplen. Los supuestos “salvadores de la patria”, tanto de izquierda como de derecha, se lanzan ataques entre sí, mientras el país sigue hundido en los mismos problemas de siempre: pobreza, desigualdad, educación precaria, salud ineficiente, corrupción y desinterés por la gente más humilde.
Nada nuevo bajo el sol. Los candidatos se presentan como los grandes redentores del pueblo, pero son los mismos que cuando llegan al poder se olvidan de todo lo prometido. Hablan de justicia social mientras conviven con la miseria que ellos mismos han creado y mantenido. Hablan de progreso mientras miles de chilenos siguen sin vivienda digna ni oportunidades reales de trabajo.
Lo más grave es el desprecio que buena parte de esta clase política sigue mostrando hacia los derechos humanos. A 52 años del golpe militar, todavía existen más de 1.400 chilenos desaparecidos o ejecutados cuyos cuerpos jamás fueron entregados a sus familias. Y, sin embargo, en plena campaña presidencial, ningún candidato ha tenido la decencia de hablar con claridad sobre la deuda pendiente que el Estado chileno mantiene con las víctimas de la dictadura y sus familiares.
Peor aún: la candidata Evelyn Matthei, hija de uno de los generales del régimen de Pinochet, se atreve a llamar “venganza” al Plan Nacional de Búsqueda de Verdad y Justicia, una política pública que busca simplemente saber dónde están los desaparecidos. Sus palabras son una ofensa a las familias que han pasado décadas esperando respuestas, y un golpe directo a la memoria del país.
No se trata de revancha. Se trata de dignidad, verdad y justicia. Negar eso es perpetuar la impunidad. Y la impunidad es precisamente lo que ha permitido que los cómplices civiles de la dictadura sigan moviéndose con total libertad, influyendo en la política, los negocios y los medios.
Chile no puede seguir siendo rehén de una clase dirigente que miente, manipula y promete lo que no cumple. Es hora de una respuesta contundente en las urnas, una respuesta que venga del pueblo, de quienes sufren la desigualdad, la injusticia y la corrupción de un sistema que se niega a cambiar.
El país necesita líderes con ética, memoria y compromiso humano. No más farsas electorales. No más discursos vacíos. No más desprecio por la vida.
Porque sin verdad, sin justicia y sin respeto por los derechos humanos, no hay democracia posible.
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