Por Rodolfo Varela
Mientras los candidatos presidenciales se preparan para su último debate televisado antes de las elecciones del 16 de noviembre, el pueblo chileno asiste una vez más al mismo espectáculo de promesas recicladas y discursos vacíos que hemos escuchado durante décadas.
Los nombres cambian, los rostros envejecen, pero las propuestas siguen siendo las mismas: economía, salud, educación, justicia, cultura y corrupción. Todo muy bien escrito en el papel, pero jamás cumplido en la práctica.
Chile parece condenado a repetir su historia política. Viejos conocidos de la derecha, la izquierda y el centro se presentan una vez más, prometiendo soluciones mágicas para los mismos problemas estructurales que ellos mismos ayudaron a crear o a mantener. Y cuando llegan al poder, las promesas se olvidan en los pasillos del Congreso y el pueblo vuelve a quedar atrapado entre la pobreza, la desigualdad y la desconfianza.
En este debate participarán Jeannette Jara, José Antonio Kast, Johannes Kaiser, Evelyn Matthei, Franco Parisi, Harold Mayne-Nicholls, Marco Enríquez-Ominami y Eduardo Artés. Ocho aspirantes que dicen representar distintas visiones de país, pero que en el fondo comparten una misma deuda: la falta de compromiso real con el pueblo chileno. Ninguno ha demostrado tener la voluntad política de enfrentar los grandes males que aquejan a Chile, ni la valentía de romper con el sistema que protege a los poderosos y olvida a los más necesitados.
Tras décadas de gobiernos de derecha y de izquierda, Chile sigue siendo un país donde la desigualdad manda, donde las familias más pobres viven en la miseria más profunda, y donde los sobrevivientes de la dictadura aún cargan con pensiones miserables que no alcanzan ni para comprar medicamentos.
Es una vergüenza nacional que, medio siglo después del golpe de Estado encabezado por el traidor Pinochet, las víctimas sigan esperando justicia, reparación y dignidad.
Y más vergonzoso aún ha sido ver cómo muchos gobiernos de izquierda —que en su momento prometieron reparar ese daño histórico— también les dieron la espalda, traicionando su confianza y su sufrimiento.
Hoy, más que nunca, Chile necesita un presidente verdaderamente comprometido con su pueblo. Un líder que no tema enfrentar a las élites económicas, ni al poder corrupto que desde hace décadas maneja el país como si fuera su propiedad privada.
Pero ese presidente, por sí solo, no podrá cambiar nada si el Congreso sigue siendo el cementerio de los proyectos de ley.
Por eso, también necesitamos un Poder Legislativo con el mismo compromiso de transformación, capaz de acompañar al Ejecutivo en una agenda seria de reformas, justicia social y desarrollo humano.
Este 16 de noviembre, Chile tiene una nueva oportunidad. No para repetir el pasado, sino para cambiarlo.Es hora de votar con conciencia, con memoria y con dignidad.
No por doctrina, no por costumbre, no por miedo.
Sino por un país más justo, más humano y verdaderamente democrático.
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