Una identidad quebrada por la nefasta dictadura: la historia de Alicia Ibáñez Franco y su viaje de vuelta a Chile.
Un vuelo en la oscuridad

Chile se sumía en la dictadura militar. El miedo, la persecución y el desarraigo se apoderaron del país. En medio del caos, miles de niños fueron sacados al extranjero —muchos con fines supuestamente humanitarios, otros bajo redes de adopción irregulares o presiones institucionales que invisibilizaron a las familias biológicas. La historia de Alicia, marcada por la separación forzada y el exilio involuntario, se convirtió en una de tantas que apenas comienzan a salir a la luz.
Una infancia entre sombras
No fue sino hasta 2012 que recuperó su ciudadanía chilena. Ese gesto, aparentemente burocrático, marcó un hito personal: el primer paso para volver a ser quien había sido antes del exilio forzado. Tres años después, en 2015, la organización Nos Buscamos localizó a parte de su familia materna en La Serena, al norte de Chile. Alicia descubrió entonces que su madre, también llamada Alicia, vivía en Buenos Aires junto a otra hija, Pamela, su media hermana.
La otra mitad
Durante años, Alicia pensó que su búsqueda había terminado. Había encontrado un fragmento esencial de su historia. Sin embargo, algo volvió a activarse en su interior cuando conoció los casos de otros adoptados chilenos que, con la ayuda de organizaciones como Connecting Roots, estaban reconstruyendo sus historias mediante pruebas de ADN y redes de apoyo internacional.
Una herida colectiva
“Estamos ante una forma de violencia estructural que fue sistemática, aunque silenciosa”, señala la historiadora chilena Karen Alfaro, experta en infancia y dictadura. “Estas adopciones fueron presentadas como actos de caridad, pero muchas ocultaban la ruptura forzada de lazos familiares.”
Hoy, organizaciones como Nos Buscamos, Hijos y Madres del Silencio y Connecting Roots colaboran para identificar a personas adoptadas, reconstituir árboles genealógicos y facilitar reencuentros. También exigen al Estado chileno políticas de reparación, acceso a archivos y reconocimiento del daño causado.
Memoria, identidad, justicia
Para Alicia, el 11 de septiembre de 1973 no es solo una fecha histórica. Es una fractura vital. Aunque era apenas una bebé, la dictadura modeló su destino: la alejó de su madre, de su país, de su idioma y de su verdad. Hoy, esa historia personal se entrelaza con la de miles de otros que buscan respuestas a las heridas invisibles de un país que aún debe asumir su deuda con la infancia robada.

“No sé qué encontraré al final de este camino”, dice. “Pero incluso en la incertidumbre, la historia tiene una forma de llamarnos de vuelta a donde pertenecemos.”
Alicia sigue buscando. Sigue reconstruyendo. Su historia, única y compartida, nos recuerda que el pasado no está cerrado y que la identidad no se hereda: se recupera.
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