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2025/05/20

Hijos del Silencio

Una identidad quebrada por la nefasta dictadura: la historia de Alicia Ibáñez Franco y su viaje de vuelta a Chile.






Con apenas cuatro meses de vida, Alicia fue llevada fuera de Chile en medio del caos del sangriento golpe militar de 1973. Pasaron décadas antes de que pudiera comenzar a reconstruir la verdad de su origen. Esta es la historia de una niña exiliada sin saberlo, y de su lucha por recuperar su identidad.

Un vuelo en la oscuridad


El 29 de septiembre de 1973, un avión despegó desde Santiago rumbo a Nueva York. A bordo, una bebé de solo cuatro meses y tres semanas era llevada a un destino que no conocía, en un idioma que no entendía, con una familia que no era la suya. Su nombre era Alicia Ibáñez Franco, y como tantas otras niñas y niños chilenos, se convirtió en una víctima silenciosa del nefasto golpe de Estado que apenas 18 días antes había derribado el gobierno legitimo de Salvador Allende.



                                          


Chile se sumía en la dictadura militar. El miedo, la persecución y el desarraigo se apoderaron del país. En medio del caos, miles de niños fueron sacados al extranjero —muchos con fines supuestamente humanitarios, otros bajo redes de adopción irregulares o presiones institucionales que invisibilizaron a las familias biológicas. La historia de Alicia, marcada por la separación forzada y el exilio involuntario, se convirtió en una de tantas que apenas comienzan a salir a la luz.


Una infancia entre sombras


Alicia creció en Nueva York, criada por la familia Sandor, en un entorno que nunca le ofreció respuestas claras sobre su pasado. “Chile era una palabra lejana, casi exótica, pero siempre presente como un eco”, recuerda. Durante años, la ausencia de certezas la llevó a imaginar lo peor: “Temí que mis padres biológicos hubieran sido asesinados. Vivía con esa pesadilla constante.”



No fue sino hasta 2012 que recuperó su ciudadanía chilena. Ese gesto, aparentemente burocrático, marcó un hito personal: el primer paso para volver a ser quien había sido antes del exilio forzado. Tres años después, en 2015, la organización Nos Buscamos localizó a parte de su familia materna en La Serena, al norte de Chile. Alicia descubrió entonces que su madre, también llamada Alicia, vivía en Buenos Aires junto a otra hija, Pamela, su media hermana.


La conexión fue frágil pero poderosa. “Solo hablamos una vez, con ayuda de un traductor, pero fue suficiente para saber que había amor, aunque no tuviéramos historia compartida.” Poco después, en 2018, su madre biológica falleció. Alicia nunca pudo conocerla en persona. “Con su muerte se fueron muchas respuestas que jamás llegarán.”


La otra mitad



Durante años, Alicia pensó que su búsqueda había terminado. Había encontrado un fragmento esencial de su historia. Sin embargo, algo volvió a activarse en su interior cuando conoció los casos de otros adoptados chilenos que, con la ayuda de organizaciones como Connecting Roots, estaban reconstruyendo sus historias mediante pruebas de ADN y redes de apoyo internacional.




Así, comenzó una nueva etapa: la búsqueda de su padre biológico, a quien sospecha originario de Mendoza, Argentina. “Esa otra mitad de mi identidad sigue siendo un misterio”, dice, con una mezcla de esperanza y resignación. “Pero esta vez estoy lista para descubrir la verdad, sea cual sea.”

Una herida colectiva



Alicia no está sola. Se estima que entre 10.000 y 20.000 niños chilenos fueron adoptados internacionalmente entre 1973 y 1990, muchos en circunstancias poco claras. Investigaciones judiciales recientes han revelado tramas que involucran a hospitales, jueces, servicios sociales y ONGs religiosas, que facilitaron —a veces sin consentimiento real de las madres— la salida de menores hacia países como Suecia, EE.UU., Italia y Francia.


“Estamos ante una forma de violencia estructural que fue sistemática, aunque silenciosa”, señala la historiadora chilena Karen Alfaro, experta en infancia y dictadura. “Estas adopciones fueron presentadas como actos de caridad, pero muchas ocultaban la ruptura forzada de lazos familiares.”


Hoy, organizaciones como Nos Buscamos, Hijos y Madres del Silencio y Connecting Roots colaboran para identificar a personas adoptadas, reconstituir árboles genealógicos y facilitar reencuentros. También exigen al Estado chileno políticas de reparación, acceso a archivos y reconocimiento del daño causado.


Memoria, identidad, justicia



Para Alicia, el 11 de septiembre de 1973 no es solo una fecha histórica. Es una fractura vital. Aunque era apenas una bebé, la dictadura modeló su destino: la alejó de su madre, de su país, de su idioma y de su verdad. Hoy, esa historia personal se entrelaza con la de miles de otros que buscan respuestas a las heridas invisibles de un país que aún debe asumir su deuda con la infancia robada.





“No sé qué encontraré al final de este camino”, dice. “Pero incluso en la incertidumbre, la historia tiene una forma de llamarnos de vuelta a donde pertenecemos.”


Alicia sigue buscando. Sigue reconstruyendo. Su historia, única y compartida, nos recuerda que el pasado no está cerrado y que la identidad no se hereda: se recupera.


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