Brasil está conmovido. Con buenas razones. En las recientes elecciones presidenciales ganó claramente el populismo. Esto es Dilma Rousseff, de la mano de "Lula" da Silva, quien salió a rescatarla cuando las encuestas sugirieron -de pronto- que el PT podía ser desplazado del poder.
Y lo logró, con la retórica típica del populismo, cuando a cualquier precio sale a sembrar resentimientos. El PT se impuso finalmente, aunque por un margen escaso. Fundamentalmente con los votos del noreste del país, la región donde la pobreza es la más extendida de todo Brasil.
Tan pronto esto sucedió, comenzaron las señales de que Dilma sabe que debe cambiar. Sin demoras. Por razones económicas, está claro. Pero, además, porque la bomba de la corrupción finalmente explotó y Petrobrás está envuelta en un escándalo gigantesco, cuyas consecuencias políticas al tiempo de escribir estas líneas son todavía absolutamente impredecibles.
El viernes pasado, unos 300 agentes federales brasileños se movilizaron en seis estados del país con 85 órdenes de captura en sus manos. Ellas incluyen a ex funcionarios de la empresa estatal y a altos directivos de empresas contratistas de obra de Petrobrás, con presencia de las principales empresas privadas de la importante elite constructora brasileña. Se habla de más de 3 billones de dólares en coimas, parte de los cuales habrían engrosado las arcas del propio PT. Si esto se comprueba, la legitimidad de Dilma y el futuro del PT quedarán afectados. Lo que es bien serio, como posibilidad.
Mientras tanto Dilma se apresta a anunciar el nombre del próximo ministro de hacienda. Lo haría al regreso de su viaje a Australia hacia donde viajó para participar en la reunión del G-20.
Se rumorea que podría elegir a Henrique Meirelles, un ex presidente del Banco Central de Brasil, cuyas ideas comulgan con las de Aécio Neves y no con las de Dilma Rousseff que llevaron a Brasil a empantanarse atascada por un ovillo de intervencionismo, excesos reglamentarios, subsidios y deformantes controles de precios. Todo lo cual naturalmente espantó a los inversionistas. Llevando a la economía de Brasil a flotar, casi sin crecimiento. En octubre pasado, los despidos superaron a las contrataciones de personal, registrando así la primera pérdida neta de empleo formal en Brasil de los últimos quince años. Mal presagio.
Dilma no esperó, sin embargo, para cambiar aceleradamente de dirección, provocando la repentina huída de varios conspicuos miembros de su gabinete. Tres días después de su triunfo en las urnas, empujada por la realidad, Dilma comenzó a abrir rápidamente el paraguas. Con las recetas de la oposición: las de los odiados “tucanos”. En efecto, aumentó las tasas de interés a niveles que son los más altos de los últimos tres años.
De pronto, el gobierno reconoce que hay que actuar frente a un “parate” derivado del evidente fin del ciclo de los precios elevados de las materias primas provocado por la desaceleración de la economía china y la recesión europea. Y es así.
Por eso, sin decirlo, Dilma hace lo que Neves dijera que había que hacer: ajustar. También aumentó los precios de los combustibles entre un 3 y un 5%. Y permitió que el real se devaluara frente a un dólar que se está apreciando notoriamente como consecuencia de la recuperación de la economía norteamericana.
A lo que agrega el anuncio de disminución de los préstamos subsidiados por parte de los bancos y agencias financieras del Estado que, como siempre, han contribuido a deformar los precios relativos, generando pérdidas importantes para los prestamistas.
Mientras tanto, Brasil está dividido. Y ahora seguramente absorto. Una nueva era, sin el fuerte viento de cola que caracterizó a la última década, ha llegado. El país debe reformular su estrategia, si de volver a crecer se trata.
Esto es regresar a un mínimo de disciplina fiscal. Para restablecer una confianza que está minada, sin la cual el éxito que las nuevas medidas pretenden podría no alcanzarse. Por todo esto la pregunta: ¿Ganó Neves, finalmente? Es bien posible que así sea, en los hechos. Aunque es distinto si las medidas prohijadas por Neves las adopta y administra Dilma, que si ellas hubieran sido dispuestas por un Neves sentado en el sillón presidencial, lo que no ha sucedido.
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