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2015/09/07

Dentro de la sanidad pública en Brasil: una odisea con tintes de pesadilla

Río de Janeiro, nueve de la noche. En la UPA de Botafogo, el centro público de Urgencias en uno de los barrios residenciales de la ciudad, decenas de personas esperan resignadas a que llegue su turno. “Yo llevo aquí desde las 16:00 y todavía nada”, se queja una mujer. En la parte exterior de este container de metal, colocado estratégicamente al lado del metro, varias personas descansan el suelo. Los más afortunados se han equipado con una colchoneta; otros están postrados en el suelo, sin más.


Sanidad pública en Brasil: una odisea con tintes de pesadilla

Dentro, Daniela, una profesora de francés originaria del Paraná, en el sur del Brasil, aguarda pacientemente su turno. Su rostro denota cansancio y sufrimiento. “Tengo un cálculo en la vesícula que me está matando de dolor. El problema es que no hay espacio en la lista de espera para operarme. He venido para que me mediquen, porque no aguantaba más”, explica con un hilo de voz.


Daniela forma parte de ese 70% de brasileños no poseen un seguro médico privado, sencillamente porque no pueden pagarlo. Para solucionar su emergencia depende del SUS, el sistema público de salud brasileño, que atiende a unos 140.000 millones de personas en todo el país. “La verdad es que me arrepiento de no haber contratado un seguro antes. Ahora no me vería en esta situación”, reconoce.


Las perspectivas de que sea operada en breve son muy escasas. Además del dolor, constante y lancinante, existe el riesgo de una infección o, peor aún, que el cálculo pase al páncreas. “En este caso, puede haber incluso un peligro de muerte. Dicen los médicos que mi situación podría complicarse en menos de dos horas”, cuenta preocupada esta profesora.


Daniela lleva un mes y medio recorriendo varios hospitales en busca de una plaza. Ni siquiera los contactos que le ha facilitado un amigo médico están funcionando. “Este mes me he sacado un seguro privado, por fin, pero tengo seis meses de carencia. Ahora mismo no me puedo operar por lo privado. En el hospital público me dicen que, si suena la flauta, hay muy pocas plazas para la paroscopia. A mí ya me da igual que me dejen una cicatriz de por vida. Quiero que me operen de una vez, no aguanto más”, se desahoga. Pasada la medianoche, es atendida por el personal sanitario, que le suministra una medicación paliativa y la envía a casa. Le espera una noche de angustia y otro día de gestiones para ver si consigue que le hagan un hueco en algún hospital. Y todo eso sin dejar de trabajar. “Soy autónoma, no puedo parar”, reconoce.



Residentes de una favela de Río simulan el mal servicio de la sanidad pública en Brasil (Reuters).
Residentes de una favela de Río simulan el mal servicio de la sanidad pública en Brasil.


La situación de precariedad que vive la sanidad pública no es un problema restringido a Río de Janeiro. Es más bien una tónica general en este país en el que viven 200 millones de personas. 

En Sao Paulo, la mayor ciudad de Brasil con casi 20 millones de habitantes, las cosas llegan a ser incluso peor. Este año, Walter, un fotógrafo italiano que ha vivido cinco años en Madrid, acabó en Urgencias con un ataque de dengue, la enfermedad tropical transmitida por mosquitos que solo en el estado de Sao Paulo ha contagiado a 589.000 personas desde enero. “Ha habido una epidemia gorda. Yo todavía no tenía un seguro médico y tuve que dirigirme al centro del SUS”, cuenta Walter. 

“Estaba a rebosar. Tuve que esperar ocho horas, entre personas con síntomas y centenares de mosquitos, que si llegas sano a Urgencias te vas enfermo, para que me hiciesen los análisis”, añade.

Estamos acostumbrados a ver gente morir, pero no de apendicitis porque no había una sala de operaciones, ni una ambulancia para transferir al paciente



Al día siguiente, cuando acudió a recoger los resultados, fuertemente debilitado por los dolores, descubrió que sus análisis habían sido traspapelados. 


En su ficha constaba el nombre de un tal Celso. “Tuve que repetir las pruebas y volver al día siguiente. Para que un médico las viese, tenía que hacer otra cola de cinco horas. Mi esposa movilizó a todos sus amigos y al final encontramos a un médico de otro hospital, amigo de amigos de amigos, que aceptó hacerme el diagnóstico por whatsapp para ahorrarme la fila. Le mandamos una foto de los resultados de los análisis”, relata Walter.



El fotógrafo, que vive en Brasil desde hace dos años y añora el sistema sanitario de su país y el de España, acabó curándose en casa porque no había camas en los hospitales. “Era el momento de mayor epidemia. Incluso llegaron a montar tiendas de campaña en el patio de los hospitales. Un caos”, remata.


Después de esta amarga experiencia, Walter ha contratado un seguro médico por 165 reales mensuales (unos 41 euros). Una decisión acertada, ya que el mes pasado tuvo que ser operado de apendicitis. “En teoría tenía seis meses de carencia, pero era una situación de emergencia y se trataba de una enfermedad imprevista, algo que no podría haber ocultado a la hora de negociar el seguro. 
Al final accedieron a operarme. En este caso, ha sido completamente diferente: rápido y eficiente. Si en Brasil quieres un tratamiento sanitario con los estándares europeos, hay que pagar. No te queda otra”, explica.

Médicos tratan a un niño para determinar si tiene dengue, en una tienda en Río Claro (Reuters).
Médicos tratan a un niño para determinar si tiene dengue, en una tienda en Río Claro .

"Yo he visto morir a mucha gente"



Las limitaciones de la sanidad pública atribulan no solo a los pacientes, también a los médicos. El testimonio desgarrador de una doctora que trabaja en un hospital en el litoral del estado de Río de Janeiro, que se hizo viral en las redes sociales, se ha convertido en el manifiesto de la mala sanidad. “Yo he visto morir a mucha gente. Parece obvio, porque un médico siempre ve a gente muriendo, pero no de apendicitis porque no había una sala de operaciones en el lugar, ni una ambulancia para transferir al paciente, ni cama en otro hospital. O agonizando con una insuficiencia respiratoria, porque no había laringoscopio, ni tubo, ni respirador. De septicemia, porque no había antibiótico, ni aislamiento, ni UCI. Estamos preparados para ver a gente morir, pero no en estas condiciones”, escribía Fernanda Melo hace dos años, es decir, antes de que comenzara la crisis económica.


Ya he tenido que comprar un medicamento para un paciente, porque la madre del niño solo tenía dos reales para comprar el pan. ¿Por qué lo hice? Porque no había espacio en el hospital para ingresar al niño y ya había usado todos los espacios posibles, incluso el corredor, para internar a los pacientes más graves, continúa esta médica. “Ya he trabajado en un local donde tuve que autorizar que los familiares llevasen comida, porque no había. Ya he trabajado en otro hospital que se llenaba a la hora de la merienda, y eso que solo había una bebida con galletas de pésima calidad, distribuidas a los que esperaban en la recepción. Ya he esperado 12 horas por un simple hemograma. Ya he perdido a pacientes antes de conseguir una mera ultrasonografía. Ya he visto guantes descartables ser reciclados. (...) Ya tuve que escoger, directa o indirectamente, quién debería vivir y quien morir...”, relata Fernanda Melo.


Esta falta de medios y de personal ha ocasionado más de un caso de violencia dentro de los hospitales. Este vídeo grabado en Campo Grande, en Mato Grosso do Sul, muestra la pelea entre un paciente, exasperado por la espera, y los guardias de seguridad de un centro de Urgencias. No es ni el primero ni el último caso de violencia en los centros médicos. Este año en Sao Paulo, en plena crisis de dengue, una mujer lanzó un objeto en la cabeza de un médico, causándole graves heridas. Y en Porto Alegre, antes una media de 20 agresiones por semana por parte de pacientes enfurecidos, los facultativos de un hospital público han pedido que se refuerce la seguridad en el centro.

Las personas enferman por el hambre, por la falta de saneamiento, y cuando buscan ayuda en hospitales, cargan sobre nosotros sus frustraciones



La violencia es una constante en los centros médicos brasileños, sobre todo en los que se encuentran cerca de favelas en guerra. Isabela, una Mir procedente del Nordeste, trabajaba hasta hace dos meses en un centro de la periferia de Río de Janeiro. Acaba de dejar su trabajo. “Había un tiroteo por día. Nos pasábamos el tiempo debajo de una mesa esperando que los tiros acabasen pronto. No hay derecho, no se puede trabajar en estas condiciones. Yo lo siento por los pacientes que he dejado atrás, pero no quiero morir por ejercer mi profesión”, reconoce Isabela.



A esta situación de crisis constante, se suma una falta crónica de médicos, por una falla en la planificación desde el Estado Federal. Es una lacra que el Gobierno de Dilma Rousseff ha intentado paliar con la ‘importación’ de facultativos desde Cuba a través del programa ‘Más médicos’. Desde que arrancó hace dos años, este programa ha traído a Brasil a 18.240 profesionales, en su mayoría médicos de cabecera que trabajan en las áreas rurales deprimidas del norte y el nordeste del país.

La razón de este programa, ampliamente criticado por la oposición y por muchos médicos brasileños, radica en la esencia elitista de la universidad brasileña. A pesar de los avances de la era del PT, hoy solo el 11% de la población llega a la universidad, y eso que en la última década se ha duplicado la población universitaria en el país tropical. Estudiar medicina a día de hoy sigue siendo un privilegio para las clases altas. Los estudiantes de buena familia sueñan con abrir una rentable clínica privada en su ciudad y no quieren saber de enterrarse vivos en un centro médico perdido en la inmensa geografía brasileña, donde tendrán que lidiar con escasez de medios y sueldos bajos.

“La sanidad pública brasileña cambia mucho de un barrio a otro, pero todos los centros sufren con estructuras insuficientes, presupuestos exiguos, poco personal y una sobrecarga de pacientes, lo que favorece esperas larguísimas y errores médicos”, resume Walter.

“Las personas caen enfermas por el hambre, la sed, por la falta de saneamiento y de educación, y cuando buscan ayuda en los hospitales, cargan sobre nosotros todas sus frustraciones, miedos, incertidumbres”, argumenta Fernanda Melo. “El problema en el interior no es falta de médicos. Es falta de estructura, de interés, de vergüenza. No es solo un salario digno que estamos reivindicando. Yo no quiero ganar mucho en un lugar en el que tenga que fingir que hago medicina. Y creo que la mayoría de los médicos brasileños tampoco quieren”, concluye esta doctora.


Fuente.VALERIA SACCONE

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