Los últimos meses han sido devastadores para la izquierda latinoamericana. En Argentina, Venezuela y Bolivia, la izquierda sufrió contundentes derrotas. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien probablemente tomó en cuenta esas tendencias, decidió abandonar sus intentos para permanecer en el poder. En Chile, aumentan los escándalos de corrupción en torno a líderes que fueron muy respetados.
Dilma Rousseff e Luis Inácio Lula da Silva
Recientemente, una de las figuras más célebres de la izquierda latinoamericana del siglo XXI también cayó en la participación en la gran red de corrupción en la petrolera estatal petrobras : Luiz Inácio Lula da Silva, expresidente de Brasil.
La “marea roja” está menguando. ¿Por qué ahora? y ¿qué puede aprender la izquierda mientras se aleja del poder?
Desde 1998, cuando se eligió a Hugo Chávez en Venezuela, partidos, movimientos y líderes de centro izquierda moderada o de línea dura han gobernado en la mayoría de América Latina. Se reeligieron los gobernantes de izquierda, o sus remplazos, cuidadosamente seleccionados, ganaron por un amplio margen. Con contadas excepciones, estas administraciones gobernaron bien, mejoraron la vida de sus electores y promulgaron políticas macroeconómicas prudentes.
También tuvieron suerte. De 2003 a 2012, América Latina experimentó uno de los mayores auges en el mercado de materias primas de la historia moderna. Los gobiernos que pudieron exportar de todo, desde petróleo hasta soya, recibieron ingresos extraordinarios que, en la mayoría de los casos, se gastaron en programas sociales bien diseñados y accesibles.
El problema es que ninguno ahorró para las inevitables vacas flacas. Cuando los precios comenzaron a caer, los nuevos fondos soberanos, al igual que las tácticas tradicionales y los estímulos fiscales, resultaron ineficaces. Como fichas de dominó, los países vieron desplomarse sus tasas de crecimiento, hubo recortes en el gasto social y eso provocó un gran malestar entre los ciudadanos.
Esta realidad económica es la principal causa de las recientes derrotas. Pero no es la única. Muchos líderes latinoamericanos de izquierda fueron víctimas de la corrupción endémica de la región, y subestimaron la creciente intolerancia hacia esos delitos. Para cuando algunos gobiernos, como los de Chile y Bolivia, comenzaron a ponerle atención al problema ya era demasiado tarde. Estaban tan enmarañados en la tradición de prácticas corruptas como sus predecesores conservadores, civiles o militares, electos o impuestos.
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El creciente escándalo en Brasil se expandió desde los altos directivos de Petrobras, la estatal petrolera, pasando por el gobierno federal y el Congreso hasta el expresidente y su círculo familiar. La Presidenta Dilma Rousseff podría ser la próxima en caer, debido a las confesiones de senadores de su propio partido y de João Santana, el asesor político que dirigió su campaña y la de Lula da Silva.
El arresto de Da Silva, al igual que la destitución de Rousseff, parecen inminentes. Pero las implicaciones trascienden las fronteras de Brasil: Santana también asesoró a candidatos de izquierda que ganaron elecciones en Venezuela y Perú.
Además hubo otros errores. Aunque los gobiernos de Chile, Brasil, Uruguay y, hasta cierto punto, Bolivia se resistieron a las tentaciones autoritarias, otros fracasaron en su intento. Algunos amordazaron a la prensa, se pusieron en contra del poder judicial, acosaron a los líderes de oposición y manipularon los sistemas electorales. Otros fueron derrotados en la lucha contra el crimen organizado y la violencia.
Dado el estado decadente de la economía y los generalizados escándalos de corrupción, es probable que la izquierda siga perdiendo elecciones: en Brasil, si hay votaciones a corto plazo; en Ecuador en 2017, y en Venezuela, tal vez este mismo año mediante un referendo revocatorio. Pese a esto, los partidos de izquierda volverán a ganar. Para cuando llegue ese día, la izquierda del mañana debe aprender dos lecciones del comienzo de este siglo.
La primera: ahorrar dinero para los malos tiempos no solo es un precepto bíblico. Si la izquierda está en el poder cuando venga el próximo auge en el mercado de las materias primas, es necesario que los gobiernos tomen medidas preventivas para el futuro. Venezuela y Ecuador deberían sacar provecho de los altos precios del petróleo —si los hay— para crear fondos de previsión administrados por organismos autónomos. Chile y Perú deberían hacer lo mismo con el cobre.
Las nuevas clases medias de la región aplaudieron los proyectos de construcción, los programas educativos y de salud que se pagaron con el efectivo del boom de las materias primas y deploraron los recortes, por justificados o inevitables que fueran. Pero los gobiernos de izquierda deben implementar estrategias para conservar esos programas cuando los ingresos disminuyen.
La forma de hacerlo no es rezar para que haya más economías diversificadas —América Latina nunca las ha tenido ni las tendrá en un buen tiempo—, sino administrar las economías basadas en recursos con mayor sabiduría y previsión.
Sin embargo, es necesario buscar con transparencia los dólares para las vacas flacas. Lo que nos lleva a la segunda lección: las causas de la corrupción en la región (la falta de rendición de cuentas, la cultura de la ilegalidad, las instituciones y la débil sociedad civil) pueden afectar a los políticos de derecha e izquierda por igual. Si los viejos políticos venezolanos aceptaron sobornos e intercambiaron favores, no había razones para esperar que la nueva élite bolivariana no hiciera lo mismo.
El Partido de los Trabajadores de Lula da Silva tuvo sus modestos orígenes en el movimiento laboral, pero el hecho de que nunca haya firmado un contrato blindado cuando estuvo en la oposición resultó absurdo. Los partidos latinoamericanos deberían prestar atención.
A fin de cuentas, el ascenso de la izquierda de principios de la década de 2000 podría haberse venido abajo debido a las altas expectativas, entre otras cosas. Cuando los precios del petróleo se desplomaron y el gobierno de Ecuador ya no pudo pagar sus nuevas carreteras y más escuelas, los ciudadanos se molestaron porque el crecimiento al que se habían acostumbrado desapareció.
Cuando Lula da Silva fue acusado de corrupción, quedó demostrado que había fracasado en su intento de traer el cambio que había prometido. Los líderes de izquierda llegaron al poder con grandes esperanzas y mayores sueños, solo para verse expuestos por sus enemigos. Lo mejor que ha podido pasarle a América Latina en estas épocas ha sido el clamor de integridad en el gobierno.
La próxima vez, la izquierda debería retomar esta bandera en lugar de descuidarla.
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